SÉ que la llegada de un nuevo miembro a la familia nunca es un hecho inesperado. La mera observación de la realidad física nos saca inmediatamente de dudas.

Sin embargo, todos hemos acabado 2011 con dos nuevos miembros en nuestra casa. Seguro que muchos hubieran preferido no conocerlos jamás. Ya se sabe que la aparición espontánea de nuevos miembros en la familia no suele ser muy celebrada -más que nada porque son más a repartir-. Otros, sin embargo, están encantados de haberlos conocido. Les han permitido hablar sobre ellos, pasearlos, encumbrarlos, incluso aprovecharse. Naturalmente, sin su consentimiento.

Me estoy refiriendo a nuestra querida pariente en segunda línea de consanguinidad: la prima de riesgo. Y, por supuesto, a su hermano mayor: el mercado.

Mi apreciado amigo Vicente Varó constataba un hecho muy interesante en la última entrada a su blog: las búsquedas en internet del término "prima de riesgo" se disparan de manera paralela a los momentos de repunte de nuestra prima de riesgo. Y también lo hacen las referencias a ella en los medios de comunicación.

Hasta aquí todo perfecto. Es normal que una vez que nos han presentado a este nuevo miembro de la familia queramos saber más sobre él. Sobre todo cuando percibimos que nos puede perjudicar si "se porta mal".

Sin embargo, no parece que nos merezca la misma atención cuando ofrece un buen comportamiento. Cuando la prima baja -"se porta bien"-, tanto las búsquedas como su referencia en los medios de comunicación se esfuman.

Debe sentirse mal, la pobre. Es noticia cuando hace travesuras y no lo es cuando es aplicada. Supongo que tendría que suceder justo lo contrario. Vale que es una mala noticia que suba la prima de riesgo y que así debe ser recogido por los medios de comunicación. Pero es una mejor noticia que la prima de riesgo baje y es una pena que esto no merezca tanta atención.

Algo parecido sucede con su hermano mayor. Hablar de él y de cómo ha sido recibido por el gran público daría para varios artículos. He leído, visto y oído muchas cosas, casi todas desagradables y equivocadas.

Decir que los mercados quieren hundir países o gobiernos, o empobrecer a las naciones, puede ser un buen eslogan político o convertirse en una portada que haga vender más periódicos. Pero al mismo tiempo da muestra del absoluto desconocimiento sobre su funcionamiento y sobre su verdadera razón de ser. Espero que alguien me explique la lógica de perseguir la quiebra del activo en el que has invertido.

Decir que los mercados se coordinan, reúnen y conspiran en la búsqueda del objetivo anterior es perpetrar un clamoroso ejercicio de simplificación, por no decir de manipulación. Presumir de que las miles de personas que están tomando permanentemente cientos de miles de decisiones de inversión y desinversión están coordinadas en pos del logro de un perverso objetivo me recuerda a aquello de "el profe me tiene manía y por eso suspendo".

Ambos llevan con nosotros mucho tiempo. Merece la pena esforzarnos en conocerlos mejor.

fconcepcion_eafi@economistas.org