Que a la entrada de Tegueste alguien pregunte a una pareja de policías donde puede encontrar un taller de calado y, sin dudar ni un instante, le indiquen el camino con la misma facilidad que si se tratara del ayuntamiento o la iglesia, es sobrada muestra de la popularidad de María Dolores Hernández Ramos, una de las principales responsables de que el oficio de caladora aún perviva en Tenerife.

Hernández Ramos cuenta que se acercó al mundo del calado "como algo natural, cuando apenas tenía 7 años y veía calar a las vecinas de sus padres en La Perdoma".

De hecho, precisa que aprendió "a golpe de vista, contemplando cómo ellas trabajaban la tela", pero no fue hasta algunos años después cuando le dejaron hacer sus "primeros pinitos". Desde entonces hasta hoy han pasado más de 50 años en los que ha ido hilvanando una vida entera vinculada siempre a esta actividad artesana que no sólo ha convertido en profesión sino que por su dilatada labor docente sería digna merecedora de cátedra.

Sin riesgo a exagerar, gracias a su constancia y su esfuerzo se ha conservado una parte importante del patrimonio cultural tinerfeño, pero a Hernández Ramos no le basta con esto y, empeñada en que, además de en pasado, el calado se conjugue en futuro, se ha embarcado recientemente en varios proyectos auspiciados por el área de Desarrollo Económico, Comercio y Empleo del Cabildo de Tenerife, a través del cual se combinan la joyería y la moda con algunos diseños de calados ideados por ella misma.

Sin embargo, al margen de esta aventura, considera que "si se organiza y se gestiona bien esta actividad, habrían muchas oportunidades de crear empleo". Sobre todo, en el capítulo de la exportación, ya que "son muchos los peninsulares y extranjeros, desde alemanes hasta finlandeses, que admiran este tipo de trabajos y que no se explican como se pueden vender tan baratos", apostilla.

Por contra, "hay gente aquí que no sabe apreciar el valor de las piezas en su justa medida y opina que sus precios son muy altos", lamenta esta conocida caladora. "Diga usted que no está a su alcance, o que no se lo puede permitir, pero no que mi trabajo es caro", sentencia.

A modo de ejemplo, señala que "para hacer un mantel, una persona tarda alrededor de dos meses y luego la obra se puede vender en unos 400 euros".

En este contexto, recalca que "haciendo cuentas, hay algunas piezas que al final el precio sale a 1,25 euros la hora, ¿y quién cobra eso hoy en día?", se pregunta.

Por ello, aboga por dignificar más la artesanía en general, una tarea en la que están llamados a contribuir desde las administraciones hasta el público en general.

Por su parte, poco a poco ella misma se encarga de solventar el otro problema que padece esta actividad, el de la cantera, sin la cual sería imposible atender un volumen de encargos suficiente para que el calado fuera un negocio rentable.

Así, en estos momentos imparte clase a una docena de alumnas, desde los 7 hasta los 60 años, algunas de las cuales, enseñan ya a otras muchas mujeres interesadas en el calado, en talleres organizados en distintos puntos de la Isla, conformando una red, probablemente insuficiente para alcanzar el objetivo de hacer de este oficio una profesión de futuro, pero sí al menos para difundir el amor por una tradición arraigada en Tenerife desde hace décadas.