PARAFRASEANDO a Paul Samuelson, ser economista supone estar en disposición de ejercer la más antigua de las artes, la más moderna de las ciencias sociales y la mejor retribuida de las profesiones. Estoy de acuerdo con la definición, aunque la parte que se refiere a la retribución se tiene que referir seguramente al concepto más amplio y menos crematístico de la palabra. Retribución si acaso de orden espiritual.

En lo negativo de la acepción, nos encontramos ante una profesión históricamente denostada. El administrar recursos escasos ha sido siempre una tarea lúgubre para la especie humana. Desde siempre los economistas hemos sido impopulares por este motivo, y más aún cuando intentamos enfrentar al profano con la cruda realidad de unos recursos limitados, que coartan la satisfacción de sus necesidades que son ilimitadas por naturaleza.

Se ha llegado a decir de los economistas que hacemos mucho en el corto plazo que luego supone nada en el largo plazo. Con cierta pena, muchos piensan en lo triste de la vida del estudiante de Economía, al que muchas veces suspenden por no saber cosas que más tarde se ha demostrado que son falsas. También han dicho de los economistas que hemos predicho 9 de las últimas 5 recesiones. En los chistes sobre economistas solemos quedar de "cualquier cosa" (excepto de tontos).

Rondamos ya los cuarenta, aquellos que al principio de la década de los noventa iniciamos nuestros estudios en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. En aquella época de crisis (como en esta) los recursos eran, si cabe, tan escasos como en la actualidad. Por otra parte, en esos años lo lúgubre de nuestro futuro pugnaba con una incomprensión generalizada de nuestro entorno más cercano a la hora de entender lo que en verdad estudiábamos en aquella licenciatura. Si algún estudiante de economía lee en la actualidad este párrafo convendrá conmigo en que nada ha cambiado desde aquel entonces.

Aún no alcanzo a entender cómo una carrera se pudo poner tan de moda en los ciclos en donde demuestra con plenitud su ineficacia como ciencia para la sociedad. Así, incomprensiblemente, nos hacinábamos los primeros meses en aulas atestadas de alumnos acomodados en el suelo, para iniciarnos en aquel despropósito aparente. El profesorado, superado por nuestro exceso de expectativas, tuvo una ardua labor en diezmar y modelar tanta materia prima.

En honor a la verdad, muchos de nosotros pisábamos aquellas aulas sin vocación, pero aún así pasan los años y el tiempo de la Universidad termina. Acabada la singladura por las aulas y pese a muchos juramentos en vano, ninguno de aquellos hemos dejado nunca de estudiar hasta la fecha. Algo caló en nosotros.

Ser economista, con el tiempo, se torna en un verdadero estilo de vida. La ventaja de los economistas frente a otros titulados superiores se basa en la adquisición de unas capacidades teóricas genéricas que habilitan para ocupar posiciones profesionales con un cierto nivel de complejidad y responsabilidad. Una suma de cualidades de razonamiento, comunicación, rendimiento, adaptación e innovación que constituyen el bagaje inicial con el que partimos rumbo a la vida profesional.

Estos puntos fuertes se van adquiriendo imperceptiblemente a través del estudio de un compendio de materias. Dichas materias requieren en unos casos de grandes dosis de rigor conceptual y de capacidad de análisis. En otros casos requieren del conocimiento de la evolución histórica de hechos y de instituciones, así como de su marco legal y social. Las capacidades del economista pueden calificarse en este sentido de "todoterreno".

Llegados a este punto afinemos aún más en la rigurosidad que encierra el significado de ser economista.

Si desde el punto de vista académico se tuvo que superar un serie de años de estudio para alcanzar el grado de licenciatura, desde el punto de vista profesional hay que acceder obligatoriamente a la colegiación para alcanzar la denominación legal de economista. No existe obligación de colegiación para realizar la actividad (solamente en algunos casos muy particulares), pero sí existe la obligación legal de colegiación a través de un colegio profesional para utilizar la denominación "economista".

Los colegios profesionales son corporaciones de derecho público que se ligan íntimamente a profesiones reguladas para las cuales su ejercicio requiere un título que acredite poseer unos conocimientos concretos. Se convierten los colegios de economistas, de esta manera, en garantía de salvaguarda de la calidad del ejercicio de una profesión.

La dimensión profesional del economista no se puede explicar sin la creación de los colegios de economistas en todo lo largo y ancho de la geografía nacional a partir del año 1953.

En el caso de nuestra provincia, aunque el Colegio de Economistas de S/C de Tenerife data como tal del año 1993, su historia se remonta a los mismos inicios de la profesión. Primero como sección del Colegio de Economistas de Sevilla y luego como Colegio de Economistas de Canarias, los economistas de la provincia de S/C de Tenerife han sido pioneros en el proceso de consolidación de la profesión.

Los economistas poseen un amplio espectro de actividad en lo que conforman las diferentes disciplinas que pueden desarrollar. Desde posiciones más relacionadas con la economía de empresa hasta la práctica de la economía orientada hacia lo público. Lo que destaca de un economista como profesional va a ser el significado de su obra perdurable (la más inmediata la basada en la memoria que deja cuando no está).

Uno de estos pioneros, y a los que se rinde homenaje precisamente en próximas fechas, es la figura del economista y titulado mercantil D. Arístides Ferrer García, colegiado número 2 y Colegiado de Honor del Colegio de Economistas de Canarias. Esta figura tan respetada por generaciones de economistas y de titulares mercantiles consagró su vida a la docencia y se puede decir que fue maestro de maestros para muchos.

Se puede afirmar con seguridad que D. Arístides sigue constituyendo un valiosísimo patrimonio a la vista de los miles (me atrevo con la cantidad) de alumnos que pasaron por su aula y que interiorizaron sus enseñanzas y que ponen diariamente en valor en su quehacer profesional como economistas y como titulares mercantiles. Toda una institución que hay que recordar, reivindicar y que sirve de guía aún para todo un colectivo de profesionales de esta provincia.

Hablábamos del economista en su justa perspectiva y dimensión y no se me ocurre mejor ejemplo que el de D. Aristides. Por su personalidad y trayectoria profesional se concentran en él todas las virtudes que hemos querido expresar con este artículo.