HEMOS asistido en estos días, mediante la prensa, a las inquietantes imágenes de las revueltas en diferentes países árabes. Nos resulta curioso y a la vez paradójico que en estos países, a los que teníamos por medianamente estables, las clases populares hayan decidido tomar la iniciativa de una manera tan virulenta.

Comentan los expertos que esta situación no es más que el resultado de un malestar que desde hacía mucho tiempo estaba en el fondo del ambiente social. A los dirigentes de estos países, que han venido ocupando el poder desde hace mucho tiempo, parece que dicha situación les ha cogido desprevenidos.

Esta corriente de sucesos nos parece enormemente relevante, no solo porque se haya producido en entornos que suponíamos tranquilos, sino también por tratarse de explosiones que se van sucediendo en diferentes países de una manera encadenada. Sin embargo, lo más sorprendente resulta ser que estos movimientos se han producido sin que, aparentemente, haya existido ningún dirigente al frente de los mismos. Es novedoso y curioso que estemos asistiendo a movimientos sociales sin líderes que empujen a la masa y le den directrices.

Los entornos globalizados y dinámicos parecen ser los culpables de estos hechos. Las nuevas tecnologías permiten a los individuos acceder de forma inmediata a cualquier información en cualquier lugar del mundo. A su vez, los avances educativos permiten a los individuos cuestionarse la realidad que les rodea y apostar por mejorar su situación siguiendo aquellos ideales que los medios de comunicación les trasmiten como tales. En definitiva, vemos cómo los individuos aislados son capaces de coincidir en ideas y formas de querer hacer las cosas sin tener a nadie que se las proponga. Esto nos supone a la vez perplejidad y preocupación, ya que aparentemente no existe autoridad.

Estamos asistiendo a un cambio de gran calado, puesto que es muy difícil o casi imposible determinar, con cierto nivel de exactitud, hacia dónde se dirigen los individuos y con ellos las sociedades a las que pertenecen. Creemos que lo importante no es saber por qué los individuos se manifiestan, sino que lo hacen de una manera espontánea y sin orden. Recordemos, en tal sentido, que en los países del sudeste asiático las autoridades tardaron mucho en encauzar la situación de descontento popular existente entonces.

La no existencia de dirigentes y la posibilidad de que estas situaciones se reproduzcan de una manera incontrolada nos resulta desconcertante. Estamos acostumbrados a entornos que, aunque no quepa calificarlos como estables, al menos pueden ser gestionados con ciertos mecanismos de control. Por ejemplo, en el mundo financiero los bancos centrales y las autoridades monetarias disponen de mecanismos para actuar de forma previsora en la medida que observan ciertas "anomalías". Sin embargo, en estos casos se carece de elementos claros sobre los que actuar, no solo por la falta de experiencias previas capaces de generar información, sino porque el cambio no se pudo anticipar. Este cambio parece ser en sí mismo un "estado", o sea, habría que admitir que nos encontramos ante un "caos" permanente, ya que todo es cuestionado y existe un permanente deseo de no permanecer en el mismo estado.

Aunque pudiera parecerlo, no se trata de una cuestión solo filosófica, ya que hay que plantearse que en el mundo global que habitamos existen numerosos países con importantes recursos y armas, donde pueden darse revoluciones incontroladas que pueden derivar en inestabilidades permanentes, con lo que ello supone de perjuicio no solo para esos países, sino para el resto del mundo. Además, conviene recordar que en el mundo financiero de los últimos años hemos asistido a unos profundos cambios que las autoridades monetarias no fueron capaces de gestionar ni de controlar, derivando en la crisis por todos conocida.

Vemos cómo el mundo global que hemos creado es incapaz de ser controlado, ya que son infinitos los caminos por los que circula la información y donde las interconexiones son de tal magnitud que los cambios resultan constantes y permanentes. Además, en este contexto es difícil que aparezca una autoridad clara que marque dichos cambios, por lo que no existe una figura que haya que vigilar y con la que debamos actuar a efectos de conducir las situaciones. En definitiva, carecemos de referentes sobre los que podamos fijarnos para actuar y corregir; es el perfecto caos.

Este nuevo estado en el que parece que nos estamos adentrando de forma paulatina, a pesar de la apariencia, nos resulta atractivo en la medida que nos abre numerosas posibilidades de actuación. Recordemos que los entornos estables generan aletargamiento, así como falta de dinamismo y de innovación. El inconveniente no es otro que "aprender" a entender que el cambio es bueno y que la comodidad que ofrece dicho entorno estable es solo aparente, ya que, a largo plazo, nos lleva a la insatisfacción derivada de la falta de creatividad. Se trata de un inexorable proceso de aprendizaje que debemos iniciar lo antes posible, sin prisas pero también sin pausas.

Las empresas en Canarias no son ajenas a dicho caos. Por un lado, hemos descubierto que la inseguridad que genera resulta un buen negocio para el sector turístico canario, ya que los turistas prefieren la seguridad canaria frente a otros atractivos. Cuestión esta en la que habría que profundizar, pues puede ayudar a la tan necesaria recuperación económica. Por otro lado, estos fenómenos aumentan las dificultades a nuestras empresas dadas nuestra situación, recursos y condiciones actuales.

Analizando los comportamientos de empresas ubicadas en otras latitudes donde carecían de recursos y se encontraban alejadas de los principales mercados, observamos que, apoyándose en la educación y en la creación de infraestructuras tecnológicas, fueron capaces de promover la innovación como un valor. De esta manera, entendemos que debemos responder al cambio como factor sociológico con innovación y creatividad como valores empresariales, como si fueran las dos caras de una misma moneda, esto es, se trata de dos conceptos que confluyen.

Para lograr el éxito se precisan profundas transformaciones en nuestra forma de pensar y de actuar, ya que implica crear nuevos valores en la sociedad, en el sistema educativo, en los políticos y en los empresarios. Por ejemplo, debemos sustituir la tan deseada tranquilidad que da el empleo fijo, el cliente fijo, el votante seguro, por aquella otra que aspire a cambiar no solo lo que nos rodea, sino incluso a nosotros mismos.