HAN SALIDO publicados el pasado 24 de enero, en el Boletín Oficial del Estado, los Presupuestos Generales de la Comunidad Autónoma de Canarias para 2011 (Ley 11/2010, de 30 de diciembre de 2010). Casualmente, ese día me encontraba perfilando el artículo de hoy y me parece una grata coincidencia muy relacionada con el tema que pretendo abordar: la dimensión del sector público y el déficit público.

Este artículo se gestó en un viaje de ida a Madrid, de esos tantos que, por una parte, el trabajo y, por otra, el estudio me requieren y ocupan durante el año. Son casi tres horas de vuelo a novecientos kilómetros por hora y a nueve mil metros de altitud en un espacio reducido, y suelen constituir para mí los elementos necesarios para que necesite mantener la mente ocupada y distraída. Fue así como, leyendo un periódico, me reencuentro diecisiete años después con el profesor Barea. Con el titular de "Hay que seguir recortando gastos". Barea demuestra aún seguir siendo el azote de los despilfarradores públicos.

D. José Barea Tejeiro cumplirá 88 años en abril. Es doctor en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Complutense de Madrid y catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid. Repasar su currículum vítae en toda su amplitud da vértigo y ocupa una posición destacada dentro del limitado elenco de grandes economistas españoles de los siglos XX y XXI junto a D. Enrique Fuentes Quintana, a D. Fabián Estapé y a D. José Luis Sampedro.

Hace diecisiete años yo era aún alumno de Ciencias Económicas en la Universidad de La Laguna. En 1994 y con veintipocos, uno no era consciente, tal y como lo soy ahora, del momento en que vivía, pero, por si no lo recuerdan o por si no lo sabían, en aquella época estábamos también en crisis.

En plena génesis de la Unión Monetaria Europea, los entonces países integrantes coordinaban sus economías para completar el proceso que hoy hace que tengamos euros en nuestros bolsillos. España se encontraba por aquel entonces con una tasa de inflación del 4,33%, habiéndose llegado un año antes al 4,9% y con un PIB del 2,5%, superando una recesión en 1993 que llegó a registrar un PIB del -2,5%. El paro llegó al 24% de la población activa. Eran los últimos años de los gobiernos de Felipe González y el ambiente estaba caldeado (o más) con una sucesión de escándalos políticos que hacían presagiar el cambio que se produciría más tarde en las elecciones del 96.

Con este panorama, hace acto de presencia en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de La Laguna D. José Barea, para impartir una conferencia a la que yo asistí y que llevaba por título "El octágono de la crisis". El profesor Barea utilizaba la citada forma geométrica para explicar el círculo vicioso que creaba y multiplicaba las ocho causas/efectos de la crisis económica. Lo que más destacaba de su teoría era que comienzo y final, origen y destino del octágono de la crisis era el temido déficit público.

El profesor Barea imprimió un estilo genuino a su conferencia. De pie, micrófono en mano y en actitud pedagógica, desarrolló su explicación y repartió "palos" a diestro y siniestro sobre todos aquellos gobernantes y políticos que con su irresponsabilidad nos habían conducido al borde del precipicio como país. A muchos nos deslumbró aquella figura ya anciana y sabia, pero tan llena de determinación para decir sin tapujos ni reparos lo que está mal y quién era el culpable.

Eran otros tiempos, veníamos desde 1981 de un incesante incremento del gasto público que llegó a representar el 50% del PIB en una España que salía de la transición política y que no llevaba ni diez años en la Comunidad Europea. Un país con todo por hacer, pretendiendo acceder al club selecto de la CEE, en donde no nos dejarían entrar con aquellas "pintas" (en plena construcción de la España de las Autonomías con la modernización y vertebración de un Estado moderno).

De 1990 a 1993, España, según Barea, había vivido por encima de sus posibilidades (¿les suena de algo?). El déficit del sector público, de esta manera, hubo de ser financiado por el superávit del resto de los agentes económicos (con el saldo positivo del sector privado y/o del sector exterior). Por entonces y en la actualidad (y en las crisis venideras), con un sector privado "deprimido" no queda otra que financiar el déficit público pidiendo dinero prestado al exterior: emisión de deuda pública o soberana.

Ya entonces, igual que ahora, la situación no era nada halagüeña, pero hay diferencias. Por entonces, las políticas monetaria y cambiaria estaban en manos de nuestra soberanía nacional. Los tipos de interés se mantenían altos para mitigar los episodios inflacionistas y nos habíamos autoexigido el mantenimiento de los tipos de cambio (aunque, en ocasiones, se había recurrido a la devaluación de la peseta ante situaciones límite, porque a los gobernantes, al fin y al cabo, les importaba más los de dentro para salir así reelegidos que hacer el ridículo y desacreditarse frente a los de fuera).

Sin llegar a afirmar que se pueden extrapolar las causas de aquella crisis con la actual, sí que podemos calificar al déficit público (el de entonces y el actual) como la causa de un parasitismo promovido por los malos gobernantes y políticos.

El mal gobernante tiende a la megalomanía y pretende ocupar el protagonismo que ni debe y ni puede asumir. Mientras el sector privado huésped goce de buena salud, el sector público ajeno a consideraciones éticas y racionales (ajenos sus malos gobernantes y políticos, que son los que deciden) vive de él e incluso se justifica en ello, creciendo y creciendo.

Dicho de otro modo, tanto a particulares como a empresas nos saturan de impuestos que se alejan de los justos y necesarios para el mantenimiento racional de un sector público bien dimensionado y dedicado a lo que debería de dedicar. Mientras, nos tranquilizan con viejas argucias basadas en la baja presión fiscal que todavía padecemos para que a cada nueva subida de impuestos, a cada nueva mordida, pensemos que todavía damos más de sí.

Cuando el sector privado enferma de crisis o simplemente llega a un determinado límite, el sector público entonces procede a hipotecar el futuro de su propio huésped a expensas de endeudarlo en su nombre para seguir sirviendo a intereses de dudosa legitimidad. De esta manera sigue viviendo todavía a expensas nuestras, en forma de intereses de la deuda que contrae con el sector exterior y que seguirán pagando nuestros nietos.

Lo que debiera ser una simbiosis mutuamente productiva entre el sector público y el sector privado se torna en un sistema que no conduce a ninguna parte. El sector público se debería limitar a ofertar lo que por naturaleza no puede generar el sector privado.

Los Presupuestos de la Comunidad Autónoma de Canarias para 2011 mantienen a la propia Comunidad Autónoma (con sus diez Consejerías), trece organismos autónomos, dos entes públicos, diecinueve empresas públicas, dos entidades públicas empresariales y once fundaciones. En total, 6.554 millones de euros.

Las directrices este año son de apretarse el cinturón y de contención del déficit siguiendo las restricciones marcadas por el Estado, pero el parásito se niega a reducir su volumen, como puede verse; se resiste en su empeño. Se han recortado casi 1.000 millones de euros con respecto a 2010 por causa de la crisis y de la caída de los ingresos públicos; el huésped cada vez está más exhausto, porque no se recupera (y el gobernante pensando ya en las elecciones que vienen).

La fama de Barea en explicar las causas de aquella crisis le supuso por aquel entonces un reto profesional con algunos precedentes, pero desconocido en democracia. En 1996 José Barea fue el director (nombrado por el primer gobierno de José María Aznar) de la temida Oficina Presupuestaria de Presidencia del Gobierno. Temida por los políticos porque la situación límite del sector público urgió a encomendar a un economista profesional (no político) con genio, a someterles a una dieta estricta y a un límite lógico. Su irritabilidad era célebre e hizo mella en algún que otro ministro del Gobierno que tenía que soportar sus desplantes telefónicos, pero logró su objetivo.

En 1998 las "vacas gordas" llegaron, Aznar lo destituyó agradeciéndole los servicios prestados y años después sufrimos el efecto "rebote" de aquella dieta y volvimos a las andadas. ¿Tan mala memoria tenemos? ¿Realmente aprendemos de las crisis? Si por el político fuera, las soluciones las dejaremos siempre para las crisis venideras.