UNA MUY OPORTUNA invitación nos ha llevado nuevamente al palacio imperial de Hofburg la noche de Fin de Año y al concierto más célebre y visto del mundo, aparte de las otras muchas exquisiteces que la ciudad capital de Austria ofrece al visitante en estas señaladas fechas.

El particular lucimiento de la Orquesta Filarmónica de Viena, con su concierto el día Primero de Año, es ya una motivación muy especial para estar más que satisfecho de esta visita.

¿Qué decir de la cena y baile del Emperador -el Kaiserball- en el palacio de Hofburg? La exhibición de la Escuela Española de Equitación, el concierto de los Niños Cantores de Viena en la capilla imperial o la asistencia a una función de gala en La Opereta son complementos imborrables de una visita a la bella ciudad austriaca, que en invierno ofrece el más singular contraste con sus luminosos días primaverales de abril...

Grinzing, con sus típicas tabernas adornadas con ramas de la vid en sus soportales, que anuncian el vino nuevo, son una invitación irresistible para quienes quieren sumergirse en las señas de identidad de un pueblo amante de la música, donde se goza de una estimable calidad de vida.

En este marco de referencias, hicimos presencia en los años 71 y 72 del pasado siglo, con el envío de veinte mil claveles -rojos y blancos, como la bandera austriaca- que llevamos desde Tenerife, para engalanar ese palacio imperial de Hofburg de nuestros mejores recuerdos.

Hoy, rememorando situaciones, escenas y motivaciones, nos remontamos a aquellas fechas para hilvanar estas líneas con el recuerdo emocionado de toda la serie de inconvenientes y grandes problemas que aquellas gestas costaron y en las que participó, de forma admirable, el entonces presidente del Cabildo Insular de Tenerife, mi querido amigo Andrés Miranda Hernández, a través de cuyo télex -era lo que había entonces-, instalado en su propio despacho oficial, se comunicaba directamente con las autoridades austriacas organizando el envío de los claveles. La importancia que esta operación significaba para la promoción del turismo insular la tenía Andrés Miranda muy clara. En esa época, llegaban a Tenerife -aeropuerto de Los Rodeos- vuelos charters nocturnos procedentes de Austria, contratados por un touroperador, que aprovechaba en la noche los aviones de Austrian Airlines, utilizándolos para estos vuelos que venían abarrotados de turistas abrigados hasta lo imposible, y que al llegar a los 25 grados de esta isla aparecían al día siguiente por las calles y plazas del Puerto de la Cruz, hasta sin camisas... Miles de turistas que no solo venían de Austria, sino de los principales mercados turísticos de Europa... ¡Qué tiempos aquellos!

En este devenir de los recuerdos, nos llegan las imágenes de un fin de año en las lujosas instalaciones del Casino Taoro del Puerto de la Cruz, desaparecido "in misericorde", sin que nadie se haga responsable de ello. Imágenes vividas donde había que hacer colas para conseguir un cupo para asistir a estas celebradas veladas. Era un lugar exquisito donde se respiraba tradición, buen gusto, profesionalidad y el "glamour" suficiente para hacer que fuese el lugar único de la Isla deseado por quienes querían, y podían, disfrutar de las excelencias de unas fiestas bien organizadas en un marco inolvidable... ¿Se podrá recuperar?

¿Se imaginan un Montecarlo, Estoril o Biarritz sin sus casinos? ¡Qué disparate!

Ahora, ante una situación en la cual son más que evidentes la pérdida de valores -las señas de identidad- en algunos destinos que antaño fueron tradicionales, parece cuanto menos una esperanza que la Organización Mundial del Turismo se apreste a organizar una red del conocimiento, a ver si conseguimos entre todos que las orientaciones y recomendaciones del Código Ético Mundial para el Turismo les entren a algunos políticos en la cabeza, aunque haya que metérselas con un calzador...

Viena, sus viejas construcciones devastadas y arrasadas por una guerra cruenta, sus más sublimes tradiciones y todo lo que fueron sus señas relevantes que le dieran categoría y prestigio universal las ha recuperado no solo para consolidar su calidad de vida, sino también para atraer un turismo selecto que visita toda la nación austriaca de punta a punta, recreándose en su incomparable música, sus místicas campiñas, su bien conservada población, sus viejos castillos... y que, como colofón a toda orgía del buen hacer, celebra la llegada del nuevo año abriendo al gran público mundial su palacio imperial de Hofburg para celebrar el Kaiserball, escenificando en su misma entrada a los personajes de los emperadores Francisco José y Sisi, para darle la bienvenida a un mundo donde la ilusión se conjuga con la realidad para hacerle pasar una velada inolvidable.

Austria... Viena... exactamente cuarenta años después.