La intensidad, en el fútbol, no se programa. Oltra avisó el jueves en la sala de prensa sobre el peligro que encerraba este encuentro. Lo estaba viendo venir. El técnico se explicó respecto al recelo con el que encaraba un partido en apariencia propicio para ganar con holgura ("es un rival que tiene argumentos, sabe a lo que juega y tiene necesidad"). Oltra quiso activar de esa manera una respuesta de prevención en sus jugadores, pero un entrenador difícilmente puede sacar del exceso de confianza a un equipo a través de las palabras. No le creen. Cuando un partido no pone, no pone, de la misma manera que, ante determinados envites, no es necesaria ni la charla de motivación.

El Tenerife, contado queda en la crónica, no estuvo. Le faltaron conductas colectivas apropiadas: más activación para llegar a la presión y evitar que se generase la distancia entre líneas, mayor precisión en sus discontinuas llegadas, respeto al partido, en suma... Los desajustes terminaron por dar lugar a un choque jugado en transcisiones constantes, un ida y vuelta, que sacaron al equipo de su papel de dominador del juego, que es lo que persigue como fin el estilo que ha cultivado Oltra. Se aprovechó de ello un rival extrañamente atrevido, pero con un desarrollo ofensivo muy bien articulado.

Con todo, hay que archivar el partido ante el Córdoba bajo la etiqueta de un tropiezo ocasional, un simple accidente que llega justo cuando el Tenerife había parecido alcanzar un nivel competitivo casi óptimo. Solo casi, porque sigue faltando gol. Esta carencia sí merece un análisis transversal a la temporada y se puede enfatizar en ello tras haber dispuesto de una fortuna para fichar en enero. Si se hubiera comprado gol sería más fácil arreglar un mal día como el de ayer.