Ganar como lo hizo ayer el Tenerife va más allá de la importancia de los tres puntos. Lo logró en un campo en el que no había estrenado su casillero de victorias y ante un rival al que no ganaba en su feudo desde hacía 25 años (entonces en el Luis Sitjar). Fue remontando, después de una primera parte mala y en la que fue superado claramente por un rival más intenso y enchufado que aprovechó el efecto de un gol tempranero.

Pero supo reaccionar el equipo blanquiazul. Y en la forma de hacerlo también hay síntomas tremendamente positivos: los cambios de su entrenador, el amor propio y una efectividad ante la portería contraria de equipo grande. Hay triunfos que confirman que no es una temporada cualquiera. Es verdad que queda mucho por delante, pero en otros ascensos siempre vimos una goleada a domicilio o una segunda vuelta para enmarcar. Y siempre en año impar por cierto.