La presencia en el banquillo de Dagur Sigurdsson ha devuelto la confianza a la selección alemana, un joven y pujante equipo que en nada recuerda al grisáceo conjunto que dilapidaba partido a partido su prestigio hasta la llegada, hace poco más de un año, del preparador islandés

"Era renovarse o morir. Alemania ha apostado por un entrenador fresco, un técnico joven con ideas nuevas y le está dando muy buenos resultados. Cogió una selección con inmensos problemas y en poco más de un año la ha vuelto a situar entre los equipos que luchan por las medallas", señaló el embajador del equipo español Iker Romero, que trabajó a las órdenes de Sigurdsson en el Füchse Berlín.

Su progresión no se ha visto interrumpida, como confirma la presencia del conjunto alemán en la gran final del Europeo de Polonia (contra España), por las importantes bajas con las que Alemania acudió al torneo que no ha podido contar con piezas básicas como los extremos Uwe Gensheimer y Patrick Groetzki, el pivote Patrick Wiencek o el lateral Paul Drux.

Percances físicos que se agravaron durante la competición con las lesiones de los laterales Steffen Weinhold y Christian Dissinger, que obligaron a Sigurdsson a llamar con urgencia a los jóvenes Julius Kuhn y Kai Hafner, decisivos en el duelo de semifinales con Noruega.

Las bajas no han mermado el calado de la revolución que ha vivido el conjunto germano desde la llegada de Sigurdsson, empeñado no sólo en rejuvenecer el rostro de la selección, sino en modernizar los anquilosados planteamientos que han regido durante demasiados años el juego del equipo alemán.

Anclada en los éxitos logrados a comienzos de siglo de la mano de Heiner Brand y que tuvieron su punto culminante en la consecución del título mundial en 2007, Alemania no supo adaptar su esquema de juego a los nuevos tiempos, hasta quedar relegada a un papel irrelevante en el concierto internacional.

La profunda crisis obligó a la Federación Alemana a recurrir, por tercera vez en su historia, a un técnico extranjero, el islandés Dagur Sigurdsson, en busca del revulsivo capaz de devolver al equipo germano a la cúspide de un deporte, que domina a nivel económico y organizativo.

Apuesta que ya comenzó a dar sus frutos en el pasado Mundial de Catar, donde pudo verse a una selección alemana liberada de viejas ataduras, como la inamovible defensa 6-0, y apostar por sistemas más abiertos destinados a favorecer el juego de contragolpe.

"Siempre le ha gustado defender fuerte y contragolpear. Seguro que es una de las cosas en las que más está trabajando. Defender duro y provocar pérdidas de balón para salir rápido al contraataque tanto directo como en segunda oleada. No va a ser un equipo que vaya a jugar partidos a veinte goles", explicó Romero.

Una fórmula que la nueva Alemania ha demostrado que sigue siendo válida en Polonia, donde Tobias Reichmann y el jovencísimo Rune Dahmke han hecho olvidar, hasta el momento, a los ausentes Groetzki y Gensheimer, habitual punta de lanza del fulgurante contraataque germano.

Y es que la edad no parece ser un impedimento para Sigurdsson, que no ha dudado en otorgar un papel fundamental durante el torneo a jóvenes como Hendrik Pekeler y Finn Lemke, los nuevos líderes de la defensa germana, o el lateral derecho Fabian Wiede, que como muchos de sus compañeros ha debutado en este Europeo en una gran competición internacional.

Aunque, sin duda, la gran sensación del conjunto alemán ha sido el guardameta Andreas Wolff, que pese a partir como teórico segundo, ha "robado" la titularidad al veterano Carsten Lichtlein con actuaciones que han convertido a Wolff en uno de los mejores porteros del torneo.

Claro ejemplo del atrevimiento de un equipo alemán, que pese a que en un principio podría pensarse que llegaba demasiado "verde" a este Europeo, volverá mañana a disputar ante España una final continental, doce años después de lograr su hasta ahora único oro en la competición en el año 2004 en Eslovenia.