ES obvio que el Tenerife tiene un serio problema colectivo, pero a estas alturas va a ser difícil descifrar si el equipo ha llegado a esta situación (en puesto de descenso tras ocho jornadas) como consecuencia de los errores individuales o si en realidad esos fallos nacen del mal funcionamiento del equipo.

Lo cierto es que, regalo tras regalo, el Tenerife ha ido perdiendo opciones en cada partido, y que con cada mal resultado, se ha creado un ambiente que tiene atenazados a jugadores nuevos y a otros veteranos. La secuencia empieza a ser pesadamente larga. Empezó en Ponferrada, en el curso de un partido que estaba controlado y que se decantó del lado local con un error del portero Jacobo, uno de esos fallos que marcan a un guardameta. El córner directo de Pablo Infante acabó en gol y desmontó el argumento de salida de Cervera. Ese partido, que era el primero, dejó más señales al Tenerife, porque se lesionó su gran referente, Diego Ifrán. Por si fuera poco, Aridane falló un remate a un metro de la línea de gol. Aquello, que parecía la mala cosecha de un día que salió tormentoso, tuvo su continuidad.

La semana siguiente Jacobo volvió a fallar de manera estrepitosa para darle ventaja al Albacete en el Heliodoro. El propio portero reconocía esa semana su error infantil, pero ya ha trascendido que empezó ahí plantearse su salida del club. En ello está.

Al tercer intento, en Gerona, el argumento de la derrota no fue tan diferente: un fallo de principiante de Moyano dejó rematar en ventaja a Sandaza. El equipo no estuvo, pero la vía de agua se generó en otro regalo individual...

La sangría no se ha detenido, porque en Valladolid el meta también se manejó mal en dos lanzamientos de falta, especialmente en el segundo, mientras Aridane perdonaba el empate y Ruso García se encontraba con el poste en la ocasión que tuvo para acercar al Tenerife al empate.

Ni siquiera en el único día pleno que tuvo el equipo en este inicio de temporada, ante Las Palmas, quedó limpio el expediente. Una duda de Albizua en la disputa ante Araujo dio origen al 0-1, que luego se pudo remontar y dejó en el olvido el nuevo error individual.

Así llegamos a los dos últimos tropiezos: el primero, en Leganés, señala a Aitor Sanz, que hizo un penalti absurdo, absolutamente gratuito, y el segundo a Maxi, que falló "a lo Cardeñosa" el que debía haber sido el empate. Para rematar la secuencia hasta tocar fondo, la defensa y Roberto abrieron el camino del triunfo del Recre.