Dice el tópico que "los derbis no se juegan, sino que se ganan". Correcto. Pero resulta que el Tenerife ganó el clásico canario y ésa no fue la mejor noticia que dejó el partido contra Las Palmas. Porque esta vez, por encima del resultado, del triunfo ante el eterno rival, de la remontada frente al líder... está el fútbol. El grupo de Cervera hizo un partido completo, recordó la mejor versión del curso pasado y, al menos hasta el domingo, puede mirar al futuro con optimismo.

Intensidad. El Tenerife recuperó la mejor imagen de la campaña anterior. Lo hizo sin Ayoze Pérez como elemento desequilibrante, pero con una labor más colectiva en una presión muy intensa, adelantada, desordenada a veces, pero incómoda siempre para el rival. Eso sí, el Tenerife está obligado a jugar siempre así. Si lo hace, es competitivo; pero si no está a tope y juega al ochenta por ciento, se convierte en un equipo vulgar. ¿Eso les pasa a todos? Pues no. Hace una semana el Valladolid jugó a medio gas y le ganó al Tenerife; y este domingo Las Palmas casi puntúa en el Heliodoro con una actitud lejana a la ideal. Sin embargo, si el grupo de Cervera ofrece el domingo en Leganés una conducta similar, le pintan la cara. Es el precio que paga por su estilo.

Crecimiento. El Tenerife del domingo tiene margen de mejora. Difícilmente en el juego colectivo y en aspectos como la actitud o la intensidad, pero sí en el terreno individual. Porque el verdadero Uli Dávila aún no ha aparecido en el Heliodoro, el Ruso García está lejos de la plenitud física, Diego Ifrán sigue lesionado, Ricardo León sale de un contratiempo... y en el banquillo o la grada espera gente como Hugo Álvarez, Quique Rivero o Igor Arnáez, que han ofrecido actuaciones correctas cuando han tenido la oportunidad de jugar. Y que en principio garantizan un desempeño correcto cuando el cansancio, las lesiones o las bajas por sanción pasen factura en una liga interminable. Porque a pesar de los juicios sumarísimos hechos estos días, aún restan 36 jornadas.