El Tenerife firma gestas históricas incluso en sus peores años. También lo hizo en el curso 61-62, cuando se estrenó en Primera División tras un verano convulso en el que se anularon las elecciones a la presidencia. Madrid rechazó a los candidatos e impuso una gestora presidida por el coronel jurídico-militar Carnero Moscoso. A Heriberto Herrera no le gustó la politización del club y se marchó. Al final se aceptó al anterior presidente, José Antonio Plasencia, tras formar una directiva de integración que incluyó a los otros candidatos.

Las discrepancias fueron notorias. Un ejemplo: un grupo de directivos apostó José Luis Saso como técnico... y se contrató a Ljubisa Brocic, que venía de fracasar en el Barcelona. Además, los fichajes no funcionaron y, con la liga recién iniciada, el nuevo capitán general de Canarias, Gotarredona Prats, exigió que Ñito, Santos, Moreno y José Juan cumplieran el servicio militar "de manera estricta", por lo que no volverían a jugar ese curso. Ya en la octava jornada, ante el Valencia, el presidente bajó al vestuario en el descanso y ordenó a Villar y Padrón que desobedecieran a Brocic.

El Tenerife ganó tras remontar un 0-1, pero el motín provocó la marcha del técnico, una sanción para los jugadores implicados y una moción de censura que obligó a dimitir al presidente. La interinidad de Vicente Gimeno se saldó con tres derrotas y la llegada de Enric Rabassa, ayudante de Helenio Herrera en el Barcelona, nada arregló. Llegado el mes de febrero, el Tenerife estaba virtualmente descendido. Tras caer en el Heliodoro ante el Atlético Madrid (0-2), el equipo blanquiazul era último con doce puntos y diez negativos. La permanencia directa era una quimera y la promoción estaba a seis puntos.

El futuro inmediato no invitaba al optimismo: el Tenerife, ocho derrotas en diez salidas, visitaba el Bernabéu. Y el Madrid sumaba allí 27 victorias consecutivas, diez de ellas en una Liga de la que era líder destacado con seis puntos de ventaja sobre el Atleti. Este margen, la inminencia de la eliminatoria de Copa de Europa ante la Juventus y la disputa, tres días antes, de un partido de Copa del Generalísimo ante el Sanse invitaron a Miguel Muñoz a dar descanso a Di Stéfano, que salió tocado de Atocha. En su lugar jugó Pepillo, que en su primer curso en el Madrid le hizo cinco goles al Elche en cuarenta minutos.

No hubo más rotaciones y el Madrid, entonces pentacampeón de Europa, presentó lo mejor que tenía: Santamaría, Miera, Félix Ruiz, Pachín, Del Sol, Puskas, Gento... El objetivo era dejar cerrado el campeonato doméstico a ocho jornadas del final, antes de afrontar metas mayores: la reconquista continental. Pero el Tenerife salió respondón: Rabassa colocó a Juan Padrón sobre Puskas, máximo goleador blanco, mientras Aguirre se dejaba caer al centro del campo para ayudar a Colo en la vigilancia de Gento. Eso bastó para sujetar al líder, "cruelmente silbado" por "sesenta mil espectadores atónitos".

López Sancho agrega en ABC que el uruguayo Santamaría, central local, fue "la clave de la salvación de un conjunto descompuesto y perdido. Le bastó al Tenerife la solidez central de Correa, el vigor laborioso de Borredá y la habilidad caracoleante de Larraz" para inquietar al Madrid. De hecho, el pibe de oro tuvo al final la opción de materializar la victoria blanquiazul. "El Tenerife no era nada", pero "un palo detuvo, piadoso, un tiro de Larraz que era gol" sentencia el rotativo entre durísimas críticas a Miguel Muñoz, que ese curso lograría la segunda de las nueve ligas que conquistó con el Madrid.

Nivardo Pina destaca en El Mundo Deportivo que "en el duelo entre líder y colista cualquiera pudo haber confundido uno y otro sin la diferenciación impuesta por las camisetas". "Sin Di Stéfano, el Madrid no da una a derechas", añade el periódico, que elogia a Santamaría y destaca como en los minutos finales pudo ganar el Tenerife, que tuvo las mejores opciones con un tiro al poste de Larraz "y un magnífico disparo de Justo Gilberto que Araquistáin envió con dificultades a córner". Eso sí, también señala que "situado bajo palos, Alvaro quedó conmocionado tras sacar de cabeza un disparo de Gento".

El empate final no fue la única curiosidad de un choque que olía a goleada. Así, Helenio Herrera, técnico del Inter de Milán, reclamó la presencia en la Roja de Borredá. Y los cronistas destacaron a Cuco, suplente de Ñito y desconocido para muchos. Algunos reflejan "la gran actuación de esa joven promesa de portero"... que ese mes cumplía 36 años (aunque alguna biografía indica que serían 39) y que una década antes ya fue vital en el ascenso del Tenerife a Segunda División. Y aunque el empate en el Bernabéu no evitó el descenso del Tenerife, para la historia quedó su gesta ante el pentacampeón de Europa.