Han pasado cuarenta años, pero los aficionados que estuvieron aquel frío sábado de diciembre en el Heliodoro no han olvidado el penalti que Mauro Pérez se inventó esa noche ante el Baracaldo. Es posible que no recuerden el resultado del partido o el nombre del árbitro, del rival y de la víctima. Y hasta es probable que esos seguidores ignoren quién se encargó de lanzar la pena máxima, si la jugada acabó en gol o en qué temporada ocurrieron los hechos... pero casi nadie ha olvidado la acción. Y los que acudieron a la grada de Herradura y vieron la jugada con toda claridad la tienen grabada en la memoria.

Fue un envío en profundidad y algo bombeado de Cabrera a la espalda de la defensa visitante. Mauro se coló entre los centrales "para entrar en velocidad y ganarles medio metro", por lo que dejó botar el balón y pugnó hombro con hombro con el fornido Madariaga. "Pero aquel campo era un desastre, la pelota botó mal y no pude controlarla. Se me fue al brazo, a la otra mano... Intenté acomodármela con la mano para rematar, pero no había forma y me eché una carrera con el balón agarrado como si fuera un jugador de rugby. Eso sí, me di cuenta de que el linier aún estaba arrancando en la banda de San Sebastián y que al árbitro, un andaluz gordito, lo tenía treinta metros detrás...".

Entonces, ya dentro del área, desequilibrado y sin opción de remate, aparece el jugador de barrio y nace el mito: Mauro agarra el balón, se lo pone en las manos a Madariaga ("toma, cógelo", le dice), se frena en seco, se separa de su defensor y se gira veloz hacia Fernández Quirós. "Eeeeehhh, penaltiiiiii; árbitroooo, penaltiiiiiiiiii", grita. Y Fernández Quirós, que llega exhausto, observa una imagen que no admite dudas: Madariaga le mira estupefacto con el balón agarrado con las dos manos y dentro del área. El reglamento es claro: penalti. Y luego, como el defensor se queja, le muestra la tarjeta blanca (aún no eran amarillas) por protestar. "Madariaga me dijo de todo; me quería matar", recuerda Mauro.

Aquel partido debía definir si el Tenerife 73-74 era un aspirante al ascenso. Séptimo clasificado tras trece jornadas, pese a la goleada (3-0) sufrida el domingo anterior en Vallecas, el grupo dirigido por Dagoberto Moll afrontó el choque ante el Baracaldo con las bajas de Molina, Jorge y Medina. Además, el técnico relegó al guardameta Domingo y al ariete uruguayo Pedro Kraus (que triunfaría luego como lateral izquierdo), dando paso al portero Nemesio y al delantero Cantudo, quien debutaba como titular. Y así, en el curso en el que por fin se permitía el fichaje de extranjeros... el Tenerife alineó a diez tinerfeños y al uruguayo Ferreira. Y el Baracaldo a once vascos, diez de ellos vizcaínos.

Sólido atrás, el Baracaldo contó con veteranos como el portero Bilbao, conocedor de la máxima categoría, amén de jóvenes como Madariaga y Oñaederra, que harían carrera en Primera División. Y a Dani, extremo que durante una docena de años sería figura del Athletic. Suficiente para comprometer a un Tenerife que no generó peligro hasta que, mediada la primera parte, Mauro se inventó su penalti... y el infalible Esteban lo lanzó a la grada. Con la potencia habitual, pero alto. "Fue el único penalti que le vi fallar en su vida. Yo creo que estaba nervioso porque imaginaba que no había sido", apunta Mauro, que lo que inventó en la segunda parte fue un pase milimétrico para que Ferreira abriera el marcador.

Lo cerró Cantudo poco después a pase de Pepito. Fue el primer gol del ariete tinerfeño en una Liga en la que anotó diez tantos más, lo que le valió un traspaso al Sevilla por un precio-récord de doce millones de pesetas. Por el camino, el Tenerife aspiró al ascenso hasta la penúltima jornada "con un equipo repleto de tinerfeños", reivindica Mauro, un "defensor de la cantera". "Si a aquel Tenerife le dan tiempo para consolidarse, sin traspasar jugadores, hubiera subido a Primera División", agrega un futbolista formado en el Arenas y el Toscal que emigró de pibe a Venezuela y que allí militó en el Nivaria y "con 17 años en el Canarias, en Primera División junto a siete brasileños".

De regreso a España, destacó en el Recreativo. Fichado por el Real Madrid, el servicio militar le llevó al Hércules y luego fue cedido al Celta, con el que ascendió a Primera División. Entonces, en un partido ante el Sevilla, una rotura de menisco y ligamentos, "la maldita triada", le destrozó la rodilla. Regresó a casa y, para recuperar la forma, se incorporó al Tenerife, que estaba en Tercera División. Fichó por cinco meses y se quedó cinco años. Vital en el ascenso a Segunda División y en la consolidación en la categoría de plata, disputó casi 150 partidos y marcó 34 goles como blanquiazul (uno de ellos memorable, en una épica remontada copera ante el Córdoba). Pero los viejos aficionados no olvidan aquel frío sábado de diciembre.