EL Tenerife ya se había ganado el título de bestia negra del Real Madrid antes de que le arrebatara dos ligas consecutivas a principio de los años noventa. Y antes de que por esas fechas lo apeara de la Copa del Rey con una histórica goleada (0-3) en el Bernabéu. Incluso antes de que a mediados de los setenta, con los blanquiazules en Segunda División, lo eliminara de la Copa del Generalísimo. De hecho, el viejo Stadium ya era tierra prohibida para el madridismo cuando el Tenerife no había accedido a las categorías nacionales.

Eso sí, en el verano de 1947 poco quedaba del Tenerife que había sumado dos victorias y un empate ante el Madrid de Zamora, Ciriaco, Quincoces, Luis Regueiro, Hilario y compañía en 1932. O del que tres años más tarde cosechó tres victorias y un empate en el Stadium ante un conjunto que a las figuras citadas había añadido a Valle, Pedro Regueiro o Emilín. Tan rascado quedó el gigante blanco que exigió una revancha en un escenario neutral: el Campo España de Las Palmas de Gran Canaria. Ni así ganó el Madrid, que se estrelló (0-0) ante un inmenso Cayol.

Pero en el verano de 1947, el Tenerife era una ruina: ni siquiera dominaba el campeonato insular. En el último ejercicio había sido tercero, por detrás de Hespérides y Price. Y en la Copa Canarias fue goleado en semifinales por el Real Victoria, liderado por Alfonso Silva. Y en la Liga Regional, que fue suya en los primeros años de la posguerra, había cedido ante el empuje del Price, sorprendente campeón tras la retirada, mediada la competición, de los equipos grancanarios. En aquel tiempo, a los birrias aún les escocía el 4-13 que le había endosado meses antes el Real Unión.

El fútbol español también era muy distinto al actual. La Liga, por ejemplo, no tenía dueño: cinco campeones diferentes en las primeras ocho ediciones tras la Guerra Civil. No figuraban en esa relación el Español o el Madrid, quienes sí habían logrado la Copa del Generalísimo en ese período. El Madrid, de hecho, se había adjudicado las dos citas más recientes tras imponerse en las finales a Valencia (3-1) y Español (2-0). En este último choque, resuelto en la prórroga, tuvo protagonismo el tinerfeño Luis Molowny, expulsado tras repeler una agresión de Ramón Celma.

En todo caso, con apenas 21 años, Molowny era la figura de un equipo en plena reconstrucción y obligado a jugar todo el curso 46/47 en el exilio del Metropolitano, al estar en obras el Nuevo Chamartín (actual Santiago Bernabéu). La presencia del interior tinerfeño en la Isla y la inauguración de la nueva grada de General, ahora conocida como San Sebastián, con capacidad para 4.000 espectadores, hizo que se llenara el Stadium. Y al choque no le faltaba morbo: el Madrid, ya se ha dicho, había sido incapaz de derrotar al Tenerife en los ocho precedentes anteriores.

Ahora no había dudas y el choque olía a goleada blanca. Además, el Madrid estaba aclimatado tras un largo viaje y se había exhibido en los amistosos disputados en Las Palmas, donde había goleado (2-7) al Gran Canaria con un hat trick de Pruden y se había impuesto (2-3) al Marino. Su técnico, el mítico Jacinto Quincoces, no se guardó nada: alineó a ocho titulares de la final de Copa, con Sport en lugar del lesionado Corona, el recién fichado Ortiz (ex Athletic de Bilbao) por Ipiña y el cubano Jesús Alonso en el puesto de Molowny, que acusaba molestias en una rodilla.

El Tenerife, dirigido por otra leyenda, Joaquín Cárdenes, apenas presentaba novedades. El zaguero Isidoro, procedente del Price, era su único fichaje. Sin embargo, al minuto de juego ganaban los locales "ante el estupor colectivo", después de que el ariete Andrés rematara un centro de Eusebio. A partir de ahí, "al juego más táctico del Madrid opuso el Tenerife velocidad y aperturas amplias por las alas". Eso sí, conservó su mínima ventaja gracias a Manolito, diminuto portero de soberbios reflejos, que hizo "dos paradas prodigiosas a disparos que llevaban los honores de gol".

A un cuarto de hora del final, el joven Abelardo Molowny selló la victoria local, que en los últimos minutos se pudo convertir en goleada "si Peregrino acierta con un cabezazo a bocajarro que repelió Bañón de forma prodigiosa cuando la pelota iba camino de la red". Eso sí, el Tenerife se quedó con el trofeo en disputa, donado por la Agencia Navarro. Cuatro días después, con un tanto de Luis Molowny de falta directa y dos goles del grancanario Gallardo, el Madrid acabaría con la imbatibilidad blanquiazul. El tiempo se encargaría de demostrar que fue sólo un paréntesis. Tenerife seguiría siendo la Isla maldita.