El mejor Tenerife de la historia moderna capituló el 22 de abril de 1997 tras la batalla de Gelsenkirchen. Acudió a la cita sin sus mejores soldados, golpeado por una liga local interminable (42 jornadas) y agotado por las heridas sufridas en anteriores contiendas continentales ante fieros adversarios como Maccabi, Lazio, Feyenoord o Bröndby. Y exhausto del choque sostenido dos semanas antes ante el mismo rival, el Schalke 04, cuando en un Heliodoro abarrotado se había reencontrado con un enemigo cruel: David Elleray, un hijo de la Gran Bretaña, árbitro de profesión, contra el que había luchado tres años y medio antes en la heroica batalla de Auxerre.

En aquella lejana noche de Auxerre firmó el Tenerife una de las páginas más gloriosas de su historia, después de que Elleray le hurtara un clamoroso penalti a un grupo que ya luchaba con dos elementos menos y con Pier de portero contra un adversario volcado. Y que durante diez interminables minutos resistió el asedio francés con un espíritu conmovedor. No consiguió entonces Elleray que el ejército blanquiazul se rindiera. Y tampoco lo había logrado quince días antes en el Heliodoro, tras castigar a los hombres que entonces dirigía Jupp Heynckes con un penalti inexistente y las expulsiones de Vivar Dorado y Ojeda. Y que con una selectiva amonestación en los minutos finales impidió que Juanele acudiera a la decisiva batalla de Gelsenkirchen.

No fueron estas tres las únicas ausencias en la tropa blanquiazul, pues Julio Llorente cayó lesionado días antes, Robaina acumulaba una sanción desde la eliminatoria ante el Bröndby... y el técnico se vio obligado a dar descanso a César Gómez. En todo caso, Elleray no había impedido que el Tenerife acudiera a Alemania con una interesante renta (1-0). Ventaja tenía, pero ya no le quedaban fuerzas. Tal vez por ello, esos valientes que en otros ambientes hostiles apostaron por la victoria para decidir eliminatorias que se le habían complicado en el Heliodoro se presentaron en el Parkstadion con un esquema conservador y la única intención de resistir, convencidos de que el Schalke 04 tenía notables jugadores, pero poco fútbol.

Destacaban Jans Lehmann, Olaf Thon y Thomas Linke, quienes sumaron casi doscientas internacionalidades con Alemania. O Marc Wilmots, que disputó cuantro Mundiales con Bélgica. O los checos Jiri Nemec y Radoslav Latal, que el verano anterior alcanzaron el subcampeonato europeo con su país. Al Schalke le sobraba fuerza, pero no talento. Insistencia, toda; juego, poco. Y gol, menos: sólo había marcado uno en sus ocho partidos oficiales previos. Y en esa falta de puntería confió un Tenerife sustado, que salió con el casi inédito Andersson en la portería. Tampoco tenía más experiencia Motaung como lateral derecho, por lo que Heynckes apostó por olvidar el rombo y jugar con dos mediocentros: Jokanovic y Pablo Paz.

Con Kodro aislado en punta y Pinilla como falso centrocampista, el Tenerife olvidó sus señas de identidad europeas: atrevimiento, decisión, coraje, una valentía cercana a la temeridad... Parapetado junto a Andersson, quiso dejar pasar el tiempo sin que nada más pasara. Y como el Schalke no tenía ideas, no hubo partido. Sólo acoso y derribo. Y una sucesión interminable de córners y faltas laterales resuelta con la altura de Ballesteros, Alexis, Pablo Paz, Jokanovic o incluso Kodro. Porque los 191 centímetros de Andersson permanecían anclados bajo el larguero. A la hora de juego cayó Pablo Paz, colosal en el juego aéreo. Y poco después, en el decimoquinto córner, Linke abrió el marcador y condenó el partido a la prórroga.

Nada cambió en un Tenerife que perdía fuerzas y altura. Mientras, el Schalke 04 insistía: acoso y derribo. Hasta veintidós corners lanzaron los alemanes sin más novedad. Sí la hubo en una falta lateral que ejecutó Olaf Thon en la segunda parte de la prórroga y que Wilmots cabeceó en el área chica por encima de Motaung y a dos palmos de las narices de Andersson. Sólo entonces miró el Tenerife a la portería rival. Con el tiempo cumplido, hasta forzó un saque de esquina. Felipe cogió el balón con mimo, lo besó y sacó en corto para Alexis, que con la zurda puso un centro raso en el corazón del área. Allí, Chano se anticipó a las torres germanas, se tiró en plancha y cabeceó cruzado, lejos del alcance de Lehmann... pero por fuera.

Lehmann no llegó a sacar de puerta. Sandor Puhl señaló el final del partido y ahí se rindió el Tenerife. Y ahí se despidió de la final de la Copa de la UEFA [en la que esperaba un asequible Inter en el que ya destacaba el argentino Javier Zanetti, su actual capitán]. Y ahí empezó a morir el mejor Tenerife de la historia.