La gente me da las gracias muchas veces y para cada cosa que me pide, por pequeña que sea, los adjetivos son grandilocuentes: todo es magnífico, espectacular, maravilloso, aunque mi indicación sea más bien normalita. Antes de empezar a rodar hay una reunión de seguridad para decirnos que no estemos a menos de un metro de la barandilla de una terraza porque nos podemos caer. Ante cualquier indicación que doy a los miembros del equipo estos me responden con "yes sir" o "copy". Todo el mundo sonríe y es ultraeducado. Esto es rodar en Los Angeles.

La verdad es que esta unidad tiene solo tres días de rodaje y solo uno de ellos es realmente complicado. Además, el equipo, aunque ha leído todo el guion, no estuvo en el rodaje principal, no conoció a la mayoría de los actores, no sufrió para rodar los planos de las persecuciones, ni se mojó bajo la lluvia de Puerto Rico, así que no tiene una conexión emocional con la película como tenemos los que llevamos con el proyecto desde noviembre. Sin embargo el equipo le pone muchísimo entusiasmo y eso es de agradecer, y mucho. Todo el mundo ayuda, sonríe, corre y trata de que el rodaje vaya lo mejor posible.

Las posiciones en los rodajes están muy definidas así que, aunque el equipo se acaba de conocer, a las pocas horas el engranaje funciona perfectamente. La gente se coordina, unifica criterios y filmamos con un buen ritmo. La primera tarde rodamos en un garaje que después, en la película, corresponderá a un bajo de un teatro parisino y los productores, que rara vez vienen a la filmación me acompañan. Pido un par de sillas para ellos, llevamos ya ocho horas de trabajo y superan con creces los sesenta años. Cinco minutos después veo bajar por la rampa a los auxiliares cargados con dos enormes sillones muy válidos para echarse la siesta. "¿Y esos sillones?" "Es lo más cómodo que hemos encontrado", contestan los auxiliares con su mejor sonrisa y encantados de ayudar. Así que los productores, un poco superados por la situación pero agradecidos, contemplaron el rodaje desde unos comodísimos sofás en mitad de un desierto garaje.

Los Angeles seguro que es la ciudad del mundo con más actores por metro cuadrado; algunos son muy famosos, otros muchos se ganan la vida y la mayoría trabajan de lo que pueden mientras siguen buscando su oportunidad. El jefe de eléctricos, un tipo duro, no muy alto pero fuerte como una roca, se acercó a mí. Suponía que me querría contar algún problema o mostrarme alguna queja; en todos los lugares del mundo los eléctricos son uno de los equipos más quisquillosos con sus condiciones laborales. Pero Michael, así se llama el pelirrojo jefe de eléctricos, me pedía permiso para mandarme un vídeo con un resumen de sus trabajos como actor. Le miré unos segundos, tenía pinta de duro y me hacía falta un agente de Interpol para la película. Me habían ofrecido un par de actores, pero uno no podía en el día que se rodaba y el otro no me convencía; no era un papel largo pero tenía unas frases y había que saber decirlas. Miré el vídeo y allí Michael ofrecía un surtido de pequeños papeles, casi siempre de malo, ladrón o gamberro aunque a veces también era policía, soldado o agente de la CIA. La verdad es que no hablaba mucho, pero lo poco que hacía no estaba mal y en esas vi a Kiefer Sutherland en un fragmento de "24" aparecer en el vídeo y tener una mini conversación con Michael. Era una secuencia como la que tenía en mi película. Volví a ver el fragmento de "24" -una de mis series favoritas- y miré a Michael. Ahora no tenía tanta pinta de duro, estaba como un niño antes de un examen. Así es la vida de los actores, ir a prueba tras prueba y escuchar "gracias por venir" decenas de veces para que, con suerte, en alguna te llamen. Si le había podido decir la frase a Kiefer Sutherland la podría decir en la película. Media hora después Michael estaba en vestuario probándose ropa con una sonrisa, sería agente de Interpol; él lo que quiere es ser actor y esta vez lo había conseguido.

Los Angeles es una ciudad cara y enorme, vivir aquí no es fácil, los alquileres cuestan una barbaridad, la comida es cara, la bebida más y, después, moverse es un pequeño infierno; los atascos y las distancias kilométricas no ayudan. Pero rodar es como una droga y Los Angeles es su mayor "camello". Aquí hay rodajes en cada esquina, cada camarera es una actriz buscando su oportunidad, publicas en Facebook que vas a rodar y pides gente y te responden centenares, muchos chavales que empiezan cobran la comida, gasolina y aparecer en créditos para poder aumentar su currículo, mientras en la otra esquina un agente no está conforme con que su actor cobre un millón de dólares por un día de trabajo, quiere más. Extremos en la ciudad de los extremos.

El cine es las estrellas, las alfombras rojas y los Oscar, el glamour y los sueldos desorbitados, pero también los sueños que construye para que los espectadores, cuando se apagan las luces y empieza la proyección, salgan de esa butaca y compartan con el protagonista la aventura, el drama o el terror de la película. Todo eso es cine, pero cine es también toda la gente que nos dedicamos a esta extraña y maravillosa profesión. Cine es poder rodar ese plano que imaginamos, ver ese decorado que nunca podría existir en el mundo real o simplemente poder seguir rodando y seguir haciendo lo que nos gusta y Michael, cuando acabó el día, se fue contento a casa porque había hecho lo que más le gusta en el mundo, hacer cine, actuar y además le habían pagado por ello. ¿Se puede pedir más?