Asegura que siempre ha llevado consigo esa atractiva inquietud por el mundo de la interpretación. Un amigo le propuso intervenir en el corto titulado "Arte Facta" y ahí empezó todo.

Así mientras seguía trabajando "en otras cosas" continuó haciendo papeles, hasta que el guion de la crisis lo llevó al paro en 2011. Fue entonces cuando su pareja, en el rol de compañera, lo animó a convertirse de lleno en el personaje que siempre quiso ser: actor.

"A pesar de la dureza de esta época no puedo dejar de reconocer que estos últimos seis años han sido muy fructíferos para mí", comenta Antonio de la Cruz (Los Silos, 1969), un portento natural con una estatura que corona los 2,06 metros y todo un gigante de la escena que no para de crecer.

Ha participado en cortometrajes como el citado "Arte Facta" o "Por dinero negro", bajo la dirección de Jaime Falero, este último junto a Carlos Bardem, José Sancho y Maribel Verdú; "El último negocio", en el que participó junto a Beatriz Rico, Carlos Bardem y Saturnino García; un trabajo como "El gigante y la sirena", de Roberto Chinet, además de su presencia en las pequeñas "golosinas" que llevan la firma del cineasta grancanario Armando Ravelo, como "The sweet girl", "Ansite" o "Estela".

También se ha visto a Antonio de la Cruz en series de televisión como "El secreto de Puente Viejo" y "Águila Roja", de TVE; "La que se avecina", en Tele5; en entregas de "En clave de Ja" y "La revoltosa", de la Televisión Canaria, además de su presencia en largometrajes como "El alma en sueño"; "Muchachos", "Nacida para ganar", "El clan" y "Project 12 The Bunker", ambos trabajos de Jaime Falero; "Papillon", bajo la dirección de Michael Noer; "La Tribu de las 7 Islas", obra de Armando Ravelo, y estos días se encontraba en la localidad navarra de Olite participando en el rodaje de "El Quijote", de Terry Gilliam, entre otras producciones. Con 48 años a cuestas espera "que la racha continúe", rememorando sus tiempos de baloncestista.

Antonio reconoce que su carta de presentación "es la que es y con eso tengo que jugar", interpretando personajes impactantes y en algunos casos hasta violentos, caso de un carcelero, un presidiario, Goliath o Dante, pero siempre procura "ir más allá y romper moldes". De ahí que por encima de la apariencia física se plantee como reto "demostrar que puedo alcanzar más registros de lo que a priori se pueda llegar a pensar". Y, sobre todo, habla de "sorprender", luchando a brazo partido contra el encasillamiento, pero aprovechando sus condiciones físicas y convirtiéndolas en un valor.

"Toda persona que se dedica a la interpretación cuenta con algo especial", subraya Antonio, que se define como "observador y abierto al aprendizaje continuo", cualidades que sintetiza bajo el concepto de adaptabilidad. "Tengo la necesidad de ser valiente, de experimentar cosas nuevas", comenta con firme tranquilidad, de ahí que viva los desafíos con un desbordante entusiasmo que le vale para reconocer "hasta dónde puedo llegar".

Y relata situaciones como la vivida en el rodaje de "Papillon". La gente de arte había reproducido un enorme calabozo en la bodega de un barco. "Estaba agarrado una de las vigas superiores... y cedió la de abajo". Antonio se precipitó al vacío y creyó que se había roto una pierna. Los hematomas por el impacto le duraron un mes, "pero seguí rodando".

Sobre esa misma cinta recuerda que se dio de cachetones con el actor Charlie Hunnam "hasta en el carné de identidad... y los dos terminamos muy bien".

En el rodaje de "Ash Lad", ambientada en leyendas escandinavas y hasta con princesas incluidas, rememora una pelea coreografiada en una taberna: "La verdad... ¡Me lo pasé genial!". Lo más duro fue "montar a caballo. Era mi primera vez y al descabalgar no podía dar ni un paso", molido como un zurrón.

Cuando sueña con ese papel ansiado se le viene a la cabeza la novela de John Steinbeck "De ratones y hombres", que llevó a la gran pantalla Gary Sinise y en la que figura un deficiente mental, Lennie, interpretado por John Malkovich, un personaje que Antonio considera "precioso" y que sostiene podría defender "con dignidad", ese valor que para él supone una constante aspiración.

Como espectador, cuando se acomoda en una sala a visionar una película, aplica un lema claro: "Me creo o no el personaje", más allá de este o aquel detalle técnico, planos y secuencias.

Sobre el ambiente que se respira en una gran superproducción, Antonio de la Cruz comenta que suele ser "algo fantástico; es tanta la gente que interviene en estos rodajes y al mismo tiempo tan diferente...".

Lo cierto es que los flashes de esta aventura única que representa el mundo del cine lo han llevado a latitudes tan dispares y distantes entre sí como Ciudad del Cabo, Praga, Belgrado, Montenegro, Lisboa, Teno, La Laguna o Gran Canaria... Una historia que, de momento, no tiene final.