Fue una luz constante y un norte ético en el enmarañado horizonte italiano; un pensador fundamental en la comprensión y definición de los sistemas democráticos de occidente; y, acaso, el más garrido defensor de las garantías y libertades de la sociedad abierta". Catedrático en su Florencia natal y, después, en distintas universidades norteamericanas, Giovanni Sartori (1924-2017) se autodefinió como un intelectual extravagante, irónico siempre y sarcástico en la ira, "valores o defectos", que nunca perturbaron el rumbo ni limitaron el peso de su aportación a las ciencias sociales y a la determinante influencia de los medios de comunicación en las sociedades contemporáneas.

Fustigó de modo implacable a los dos polos de la política nacional, desde "el sultán Berlusconi, un tramposo blanco", útil a todas las derechas en todos los tiempos, al fugaz Mateo Rienzi, "un tramposo agresivo, desvergonzado" y más peligroso porque se mueve en segmentos ideológicos más sensibles. Con una arrogancia intelectual nunca desmentida, en sus arremetidas contra el caos de la legislación electoral, manifestó la necesidad de reconocer la falta de entidad, altura y formación de la mayoría de la clase dirigente, formada por "pigmeos a los que debemos mirar desde arriba, por razones de salud y estética propios.

Premio Príncipe de Asturias en 2005, nos dejó una notable bibliografía - con una treintena de títulos capitales y, entre ellos, dos indispensables como "Teoría de la democracia" y "Partidos y Sistemas de Partidos" - en la que acreditó su vasta formación y su inteligente mordacidad, compatible con la didáctica más eficaz y combativa. En el tramo del siglo XXI que vivió, acentuó su laicismo y criticó a la iglesia católica por su indiferencia "ante la dramática expansión de la población en los países pobres", y se distanció, con sonora nitidez, del "inútil e ingenuo diálogo de civilizaciones". En 2001, y con "La sociedad multiétnica: pluralismo, multiculturalismo y extranjeros", dejó clara su posición con una sentencia que entró en las enciclopedias: "La civilización occidental y el Islam actual son fundamentalmente incompatibles". Mantuvo las maneras florentinas hasta el último instante porque, según creyó y predicó siempre, "estamos en manos de políticos ignorantes que no conocen la historia ni tienen cultura".