En la arquitectura, como en todo, se trata de intentar ser uno mismo. Preguntarse constantemente, durante todo el proceso de creación de un edificio o lugar: ¿Qué estoy haciendo y por qué lo hago? ¿Tiene sentido para quienes lo van a usar? ¿Mejoro o empeoro lo existente con lo que hago? ¿Cómo encuentro el mejor camino que debo recorrer cuando intento proyectar un edificio para un lugar y un fin determinados con un presupuesto preciso? ¿Es realmente lo mejor que puedo y debo hacer?

Este tipo de preguntas son como resortes que activan la creación de los grandes arquitectos, de los buenos arquitectos. Y creo que en eso reside la verdadera diferencia entre la buena (tan escasa y extraordinaria) y la mala arquitectura (tan abundante y ordinaria).

Son las mismas preguntas clave, reflexivas, modestas, y esenciales a la vez, que se hace Peter Zumthor a lo largo de uno de los libros sobre arquitectura más maravillosos que he leído: "Pensar la arquitectura" (Editorial Gustavo Gili, 2014).

El arquitecto suizo responde en el mismo a una primera pregunta que se formula: "¿Y qué es ser yo mismo?" A lo largo del libro intenta contestarla pero también encontramos más preguntas sobre los resortes que activan la creación de un arquitecto en un lugar concreto, cómo integrar los materiales que existen en un lugar, cómo se configura un espacio en una montaña o al borde del mar, cuáles son las necesidades de los que habitarán ahí, y posteriormente, cuál será el resultado final, pensarlo todo muy bien (muy, muy bien) para que una vez realizado el edificio este no se pueda revelar inhóspito, no experimentemos atmósferas que el arquitecto no tenía contempladas, por no haberlas reflexionado, para que no hipotequemos el futuro de un lugar.

En este libro, Peter Zumthor explica cómo es el proceso creativo de un arquitecto y describe que dicho proceso se remonta a la propia experiencia que cada quien ha tenido en su vida. Todas las personas hemos vivido la arquitectura sin reflexionar sobre ella, sin pensar en los ambientes que habitamos. Por ejemplo, yo misma. Pensar la arquitectura que es un libro pequeño, de color rojo, inolvidable, lo releí de nuevo ayer sábado por la mañana, sentada en uno de los sillones naranja de mi salón, mientras tomaba un café, y cada vez que hacía una pausa miraba la sala, las sillas blancas de Ron Arad, la cocina de acero inoxidable, la fachada de lamas ligeras de madera entrecerradas, el jardín, el sol entrando y dibujando las paredes de luz, la taza de café color violeta y el sofá azul oscuro, la pequeña chimenea de hierro negro y los discos de música desordenados. Entonces me di cuenta de que desde que vivo en esta casa me siento feliz, como en un nido donde nada malo puede pasar. La historia de la casa se me vino de golpe, cómo fue construida, con material reciclado de la refinería, con las manos, casi, de mi arquitecto, con su sentido común puesto al servicio del mejor lugar para vivir. Sentí el lugar donde estaba al leer este libro, lo observé, lo respiré y entendí mucho mejor mis propios pensamientos sobre la arquitectura y mis techos éticos y agradecí una vez más a Peter Zumthor su mera existencia y sus enseñanzas.

Peter Zumthor prefiere aprender lentamente, imbuirse con todos los sentidos, conocer a la manera en que un artista se prepara para una obra, zambullirse en el paisaje. Escucha los lugares (y a los lugareños), deambula por ellos (y entre ellos, como uno más), deja que el lugar se le meta dentro, y luego, según él mismo dice "las ideas llegan con naturalidad. No sé cuándo y de dónde. Creo que esto es un proceso muy natural. (...)".

Pensar la arquitectura recopila diversos escritos de Peter Zumthor redactados y reflexionados a lo largo de diez años que constituyen un raro y valioso testimonio: "Antes de conocer siquiera la palabra arquitectura, todos nosotros ya la hemos vivido. Las raíces de nuestra comprensión de la arquitectura residen en nuestras primeras experiencias arquitectónicas: nuestra habitación, nuestra casa, nuestra calle, nuestra aldea, nuestra ciudad y nuestro paisaje son cosas que hemos experimentado antes y que después vamos comparando con los paisajes, las ciudades y las casas que se fueron añadiendo a nuestra experiencia."

Personalmente adoro muchas de sus obras, pero les recomiendo especialmente si viajan por el centro de Europa, la Capilla de Campo Bruder Klaus, su museo de Colonia, además de las termas de Vals, de las que ya he escrito en este periódico. Y si este verano tienen la oportunidad de visitar Noruega, no dejen de acercarse a la noble simplicidad de su último museo de la Mina de Zinc Allmannajuvet.