En reportajes de prensa y blogs podremos observar fotografías del personal en plena faena sin guantes (sobre esto hay división de opiniones) y, mucho menos, gorros de cocineros que, según modas, lucen frondoso cabello. Parece que no pocos genios de los fogones entienden que esto de la cocina es un constante "photocall".

El cuidado riguroso de la higiene en las panzas de las cocinas no es un asunto baladí y será de perogrullo aseverar que no se trata de estar guapos, sino de ser (y parecer, que diría Julio César) limpios. Aunque esto de despistarse de lo que son focos de posibles intoxicaciones alimentarias vaya de la mano de una sociedad a la que hay que recordar lo fundamental de lavarse las manos más de dos veces al día.

No es un capricho el gorro de cocina (en francés toque blanche) y curiosamente en la progresión geométrica de la cocina se da el caso inverso del cada vez menos utilizado gorro (que no gorra o pañuelo de pirata del oficio (hay referencias a tocados para el personal culinario ya en la corte papal de Aviñón, en el siglo XIV).

No voy a ser yo juez aquí de cómo debe ser la vestimenta de los cocineros para desempeñar su cometido diario, con la obligada observancia de la limpieza y en un mundo profesional que opta por la comodidad en espacios que adquieren muchos grados de temperatura, pero sí sugerir unos mínimos indispensables. Las "estelas" sudoríferas del personal de sala, para otro artículo.