El rector de la Universidad de La Laguna, Antonio Martinón, amigo de la escritora Lourdes Soriano, define las serendipias como "una casualidad feliz", una conceptualización que la autora del libro "Serendipias en la cocina. Cómo aprender de las equivocaciones" (Avant Editorial, 210 páginas), considera precisa, no en vano la formuló, de manera exacta, un catedrático de Matemáticas.

La entrada que figura en el Diccionario de la Real Academia Española referida a esta voz habla de un "hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual" y fue el caso, entre otros muchos ejemplos, del descubrimiento de la penicilina, subraya la escribidora, si bien sostiene que, más allá del azar, también bullen de fondo valores como "la inventiva y la creatividad", y así sucedió con el descubrimiento del famoso dulce de leche, consecuencia del feliz despiste de una cocinera que, afortunadamente para las personas golosas, olvidó un cazo al fuego.

La intrahistoria de este libro arraiga en lo más íntimo y personal de la vida de su autora. Fue su hermano un día de hace veinte años, en el Puerto de la Cruz, quien le habló de las serendipias. "La introducción la comencé a escribir con ocasión de un viaje a China", explica. Su marido, Miguel Ángel, al verla enfrascada en sus "guisos" literarios le comentó la mañana de un 24 de julio, de manera premonitoria. "Estoy contento porque sé que vas a estar ocupada". Esa misma tarde fallecía. Uno de sus amigos, Víctor Galán, sentenciaba con gran sentimiento: "Ahora en el cielo sabrán en qué dirección sopla el viento", refiriéndose a la afición de Miguel Ángel por las veletas.

Lo cierto es que Lourdes Soriano había establecido para este trabajo una estructura inicial que incluía recetas serendípicas; la sobremesa del Templo del Abaco, unas tertulias literarias a manera de sobremesa que celebraban en una cueva de La Matanza de Acentejo, y la parte dedicada al llamado Taller de la Abuela, un lugar y un espacio dedicados a la reparación de las palabras rotas, que se recomponen y recuperan su correcta naturaleza.

"En realidad el libro estaba concebido para acabar de esa manera", señala Lourdes Soriano, pero su marido la animó a dedicárselo a su nieta, la pequeña Julia, y fue tras el fallecimiento de aquél cuando decidió que resultaba preciso añadir una última parte: el Taller del Abuelo, con las imágenes de las veletas: el reloj de sol al que le ha llegado su hora.

"Se trata, sin lugar a dudas, de un libro que para mí tiene un sentido muy especial; pienso que debía ser así".

Una vez más, Lourdes Soriano hace pedagogía con las recetas, convirtiendo cada libro en un manjar y entre el aroma de sus guisos, mientras va removiendo los calderos que la vida siempre pone al fuego, servir enseñanzas que resultan fáciles de digerir y que, además, se saborean de una manera gustosa.

Lourdes Soriano

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