Que el hecho cultural está en crisis es algo incuestionable, pero, a pesar de la deserción que se aprecia en los espacios de exposición artística, hay un dato para la esperanza. Y es que son los tipos del nivel de Andrés Molina, Pedro Flores y Samuel Labrador los que tienen en su mano un regreso que no se puede demorar en exceso. El cantautor, el poeta y el pianista no están para vender entradas, pero cuando lo que se ofrece tiene la calidad del formato de "El hombre que bebió con Dylan Thomas" se distingue una pequeña rendija para que la ilusión se filtre por ella sin chantajes. ¡Vuelvan! Los que no fueron el sábado al teatro Leal ya se lo perdieron, pero los que busquen una manera útil de invertir ocho euros, que no le sobran a todo el mundo, por favor, no permitan que esta apatía sin rostro les gane la batalla. Vuelvan a sentir el vértigo de algo que está bien hecho; disfruten con esta ráfaga a discreción de talento que merece tener su complicidad por una razón que no es humanitaria. ¡No lo hagan por pena; es que son muy buenos!

A la mañana siguiente de conocer la muerte de Gabo, mi primer impulso fue agarrar uno de sus libros. Fue una elección aleatoria, pero reveladora. Entre mis manos sostuve "El coronel no tiene quien le escriba". ¿La recuerdan? Sí. aquella novela protagonizada por un coronel septuagenario que malconvive con su esposa enferma de asma tras salir ileso de la Guerra de los Mil Días. Se acuerdan lo que sufría aquel bendido en octubre esperando a que pasase algo. No les mortifico más con García Márquez. El regreso de los hombres que bebieron con Dylan Thomas al Leal fue decepcionante. No por la calidad que atesoran los "arquitectos" de una aventura sencillamente apasionante, sino por las 50 personas que se dieron cita, quizás alguna menos, en un patio de butacas que me enseñó una grata lección: la soledad puede ser hermosa si el talento no se hiere. Por lo demás, solo me resta decir una cosa: ¡Coronel, octubre es así...!

@davilatoor