Ganar un Oscar no siempre es un sinónimo de admiración y respeto. Muchos son los intérpretes que sostuvieron entre sus manos la deseada estatuilla dorada y nunca se aseguraron la aprobación de sus compañeros de profesión. En ese terreno parecía levitar Robin Williams.

Otros, en cambio, jamás fueron premiados por la siempre desconcertante Academia y sí que sentían el peso de un oficio que les reservaba el no siempre bien entendido cartel de "segundones". Hollywood necesitaba tipos como Robin Williams; actores del perfil de Billy Cristal o el mítico Jerry Lewis capaces de salvar un muerto con un chiste. Un capitán Hook dispuesto a entrar al trapo y quemar todo su prestigio durante un abordaje suicida. Eso lo hacía magistralmente el marine Adrian Cronauner.

Y es que si Humphrey Bogart se hizo eterno -entre otros muchos méritos- por la frase "siempre nos quedará París" (Rick Blaine), Robin Williams le puso voz a otra cita perfectamente reconocible en todo el mundo. Su "goooooooooood morning vietnaaaaaammmm!" es mucho más que el grito de un actor. Entre los tabiques de esos tres vocablos se levanta el aullido de una nación que en 2014 aún no ha saturado las cicatrices de un conflicto bélico que dejó en cueros a millones de estadounidenses.

Robin Williams era el "niño" grande de una industria que le demostró su amor a impulsos. Lo mismo lo acogía para que brillara en "ood will hunting" que lo humillaba ofreciéndole el papel estelar en "Popeye". Eso tiene que doler. O Te conviertes en uno de esos impermeables que la lluvia no traspasa, o terminas dando volantazos entre el cielo y en infierno. Lo malo es que el riesgo a quedarte en una cuneta es bastante alto.

@davilatoor