REMEDIOS estaba radiante de felicidad. Andaba por la calle absorbida en sus pensamientos. Mañana era un gran día para ella. Fernando tenía que dar una conferencia en la ciudad y estaría con él cinco días. Estaba nerviosa, pero con la fuerza que le daba el hecho de saber que en pocas horas estaría junto al hombre que amaba, vencía cualquier tipo de tensión. Se dirige a la peluquería. Deseaba estar guapa. Todavía abrigaba algún temor porque él nunca la había visto y deseaba agradarle.

-Hola Paco, buenos días. - saludó a su peluquero.

-Hola Reme, bonita, que guapa te veo, que poderío lleva ese cuerpo. ¿Vienes a arreglarte el pelo? Porque es lo único que te puedo arreglar.

-Claro Paco. ¿Es que no ves que pelo tengo?

-Pero cariño te veo muy cambiada, diferente a otras veces. Tu sonrisa es ahora fresca, no sé, no sé... Anda, mírame a los ojos, bonita...

Remedios le miró a los ojos sentándose delante del espejo. Paco se puso a su espalda y la miraba de frente.

-¿Me lo vas a contar o tengo que adivinarlo?

-¿Qué tengo que contarte?

-Mujer, creo que siempre he sido sincero contigo. Sé que estás enamorada, lo puedo ver en tus ojos. Y te digo más, estás bastante enamorada. ¿Quién es él?

-No le conoces Paco...

-Querida, no hay un hombre que yo no conozca...

-No es de aquí. - Cortó ella.

-Entonces es de Jaén o de Sevilla ¿Verdad?

-No. Es de mucho más lejos... de las islas...

-¿De Mallorca? - preguntó intentando adivinar.

-De las Islas Canarias. De Tenerife.

-¿De Tenerife? ¿Cuándo le conociste? Tú no has estado allí que yo sepa.

-No le conozco, pero sé como es, me envió su foto...

-Pero chiquilla, tú me dejas parada. Estás enamorada de un hombre que no conoces y... ¿El te conoce a ti? - preguntó sorprendido.

-No. Ni siquiera en foto.

-Hay chiquilla, hoy me voy a volver loca. - dijo Paco gesticulando con la mano derecha, mientras la izquierda la apoyaba en su cadera.

-Ves Paco, por eso no quería decirte nada. - dijo Remedios contrariada.

-Pero mi amor. Escucha. ¿Ese hombre está enamorado de ti?

-Sí. Con toda su alma. - dijo con absoluta certeza.

-Pero... ¿Cómo se puede un hombre enamorar de una mujer sin verla?

-El es un hombre muy especial. El puede hacerlo. Se ha enamorado de mí por lo que le transmito a través de mi voz, le gusta mucho. Y a mí también me gusta la de él.

-Reme, tiene que ser un hombre muy especial para que tú te quedes prendida de esa manera. ¿Cuándo viene cariño?

-Mañana a las seis de la tarde ya estará en Córdoba. Y estoy temblando de emoción, tengo ganas de llorar y de reír, nunca me he sentido tan ilusionada, Paco.

-Reme, me lo tienes que presentar. Para que tú estés así por él, tiene que ser un cacho de hombre...

-Lo es. Anda Paco, empieza a arreglarme el pelo. - Introduciendo la mano en su bolso saca su foto.

-Mira Paco, te lo presento. - mostrándole la foto.

-¡Madre de mi vida! ¡Qué hombre más interesante! Con razón estás tan ilusionada. Yo también lo estaría. Uno como ese estoy buscando yo para dejarlo fijo en casa viviendo conmigo. Aunque no me hiciera nada, fíjate lo que te digo. ¿Cómo le conociste?

-Se equivocó al marcar un número de teléfono y fue como si se hubiese encendido una mecha. Cuando nos dimos cuenta los dos suspirábamos de amor. Lo más curioso es que hacía dos años que tenía mi número en la agenda del teléfono móvil y no lo sabía. Ha sido una maravillosa casualidad. Pero tengo tanto miedo de que cuando me vea no le guste que...

-¿Sabes que te digo? Ese hombre vino al mundo para ti. Yo conozco muy bien a los hombres, para eso vivo con uno, pero si ese... ¿Cómo se llama?

-¡Fernando!

-... Si ese Fernando está enamorado de ti sin verte, cuando te vea va a perder el conocimiento y después de recuperarlo va a dar saltos de alegría. Estás muy hermosa querida y cuando termine contigo lo estarás aún más. Y si lo primero que ve de ti es esa delantera que tienes, ¡Madre de mi vida! Lo que le puede pasar a ese hombre. Reme ¿Te volverás a casar?

-Paco, él está casado y yo no pienso en eso ahora. Solo quiero estar con él, solo eso. Es suficiente para mí. Yo no espero mucho de la vida, pero el simple hecho de tenerle a él me es suficiente para vivir.

-Que hermoso, como estás de enamorada. Pero si él fuera libre algún día, ¿te casarías?

- Hace tres meses te hubiese dicho que jamás, hoy te puedo decir con toda sinceridad que no lo sé. Pero dime ¿A ti como te va en los asuntos del amor?

-No tan bien como a ti, pero me voy remediando...

-¿Sigues viviendo con Adrián?

-De momento si, pero no es tierno, ni cariñoso, ni romántico. No creo que tenga mucho futuro conmigo. Me gustaría tener un compañero como Boris, el de la tele, con esa carita de niño travieso, es divino, es un sol.

-Paco, tu también eres muy especial. Le caerás muy bien a Fernando. El respeta profundamente la libertad de los demás. - dijo terminando de arreglarse el pelo.

-¿Te gusta?

-Me has dejado bellísima...

-Pues dile a tu novio que una parte de esa belleza te la he dado yo, eh.

-Ni lo sueñes Paco, eso no se lo voy a decir. Toma, deja la vuelta para ti. Gracias tesoro. Hasta luego. - se despidió Remedios.

-Adiós chiquilla... ¡Reme! - Gritó Paco - Enhorabuena, me alegro por ti.

-Gracias Paco, eres un verdadero amigo. - abandonando la peluquería.

Al salir tuvo que limpiarse los ojos. Aquella última expresión de su peluquero le hizo recordar que a partir de mañana su vida podía cambiar para siempre. Andaba por la calle con una alegría que sus conocidos y vecinos podían observar. Ella se imaginaba que Fernando la estaba viendo y se sentía feliz de saber que en solo unas pocas horas aquel hombre vería lo hermosa que se había puesto solo para él.

Fernando se sentía cansado. El viaje desde Tenerife, había sido excelente, pero el cambio de tiempo que sufre en Barajas, donde los termómetros superaban los treinta grados le incomodó por la falta de costumbre.

Tomó un taxi en el aeropuerto y se dirigió a la estación de Chamartín, para desde allí tomar el AVE hasta la ciudad de Córdoba, su destino. Sentía en su estómago la incorruptible fuerza de la ansiedad, la cual había soportado por más de ochenta días. Y ahora, sentado cómodamente en la butaca del tren, piensa que segundo a segundo se está acercando a ella. Estaba más cerca de conocer a esa mujer que sin haberla visto jamás, la tenía cobijada en su corazón.

A medida que el paisaje se quedaba atrás parecía aumentarle el cosquilleo en el estómago. Aún se extrañaba por lo que estaba haciendo y pensaba en lo curioso y extraño que resulta el ser humano. Miraba a través de la ventanilla como el paisaje se quedaba atrás y como se estaba quedando atrás también su vida.

El sabe que en ese avance que hace hacia esa mujer, es al mismo tiempo un alejamiento de su mujer, de su vida. Pero eso no le interesa ahora. Como un cobarde deja de pensar en lo que está haciendo para adentrarse en un mundo desconocido que quería descubrir por si mismo. Quería ser protagonista de su propio destino y lo estaba consiguiendo.

Al final del trayecto el viaje le pareció corto. No reconocía la estación, esta había sido totalmente remodelada desde la última vez que había estado en Córdoba, ya habían pasado dos décadas.

Abandonó el tren y preguntó por un taxi para dirigirse al lugar donde le había ubicado su amigo Alberto Aguilar; El Parador de Córdoba.

El Parador constituye un verdadero mirador sobre la ciudad de los Califas. Está emplazado sobre las ruinas del palacete de verano de Abderramán I, una colina rodeada de vegetación en la falda de la sierra cordobesa. Desde aquí se disfruta de una excepcional panorámica de esta bella y legendaria ciudad. En este lugar se puede disfrutar de cuatro grados menos que en la ciudad, lo que produce una estupenda sensación de bienestar acentuado gracias a su piscina y a los jardines que le rodean, donde se encuentran las primeras palmeras de Europa.

-Buenas noches. Soy Fernando Galván. - dijo al presentarse en el mostrador de la recepción.

-Buenas noches señor Galván, le estábamos esperando. ¿Qué tal el viaje, señor? - preguntó el recepcionista.

-Muy largo. - contestó Fernando sonriente - y muy cansado, pero en cuanto entro en un parador, se difumina el cansancio, aquí me siento como en mi casa.

-Esta es su llave. Deseamos que tenga una feliz estancia entre nosotros...

El recepcionista explicó a Fernando los horarios de las comidas y tras recibir la información se dirigió a su habitación, situada en la segunda planta. Abrió la puerta y después de depositar en el ropero su porta trajes se dirigió al balcón para abrirlo de par en par. Al fondo, las luces, presagiaban el nacimiento de algo maravilloso. Coge su teléfono móvil y digita un número. Segundos después conecta.

-Remedios, ya estoy aquí cariño...

-Fernando... Fernando, me parece mentira que estés tan cerca de mi. Tengo unos nervios... que ganas tengo de verte mi vida. Antes de una hora estoy contigo, tesoro.

-Te estaré esperando en la terraza, pero dime ¿Cómo te voy a reconocer?

-No te preocupes por eso. Yo te reconoceré, te conozco muy bien. Hasta ahora cariño. - cortando la comunicación.

Con toda la rapidez de que era capaz, Fernando sacó su ropa al completo de su equipaje y la colocó en el armario. Se desnudó entrando al cuarto de baño, donde comenzó a afeitarse. Mientras se rasuraba, pensaba emocionado en lo que estaba a punto de vivir. Sentía verdadera atracción por aquella mujer y aunque no la había visto aún, la conocía bien por dentro, sabía como era, lo demás le importaba realmente poco. Fuera como fuera su apariencia, él sabía que le iba a gustar. Su corazón le latía con fuerza cuando pensaba en el momento crucial de estar delante de ella y sus piernas, en ocasiones, se negaban a sostenerle.

Una vez vestido abandona la habitación para dirigirse a la terraza. Se había puesto una ropa veraniega, vestía un pantalón blanco, camiseta celeste y una americana cruzada de color azul, con botones color oro. A pesar de sus cuarenta y dos años, Fernando es un hombre que despierta un curioso interés por parte de las féminas.

El caminar erguido y sus firmes y sonoros pasos hacia la mesa donde se dirige, hace girar las cabezas de quienes disfrutan de las primeras horas de la noche en la terraza del parador. Fernando reboza de seguridad, dando la impresión de que todo lo que hace ya ha sido preconcebido. Retira una de las sillas de la mesa y toma asiento en ella cruzando sus piernas, volviendo ahora a dirigir otra vez la mirada hacia la ciudad de Córdoba. Estaba impaciente por ver lo que esa ciudad le iba a regalar. Estaba impaciente por todo y solo él sabía que esa seguridad que muestra hacia fuera, le falta por dentro.

Le habían servido una bebida refrescante que sorbía sin ganas mientras tenía la mirada perdida en el infinito. Estaba nervioso y miraba el reloj con frecuencia. Ella estaba tardando. Y aunque pensó que las mujeres se toman su tiempo para arreglarse, no duda en levantarse y volver a la recepción para advertir que él estaba en la terraza.

-Perdón, soy Fernando Galván y estoy esperando a una persona. Si preguntan por mí querría usted...

Fernando se detuvo porque advirtió por el rabillo del ojo la presencia de una mujer totalmente vestida de blanco. La miró inconscientemente y volvió a girar la cabeza hacia el recepcionista que esperaba sus palabras.

-...querría usted decirle que... - volvió a mirar sorprendido para aquella mujer que no se había movido desde que él la miró - perdón, creo que no es necesario que haga nada. Gracias. - volviendo a mirar a aquella hermosa mujer.

Su corazón le dio un vuelco. Fernando se quedó pegado al suelo. No sabía que hacer o decir. Ella le miraba con una leve sonrisa, como si fuese una señal para indicarle que ella es Remedios, la mujer que esperaba. Fernando se acerca a ella y casi sin poder articular palabra le inquiere.

-¿Eres Remedios?

-Si, esa soy yo...

Fernando se acercó ahora intentando disfrazar su nerviosismo ofreciéndole un beso en la mejilla. Se separó de ella y la miró, deleitándose en una hermosa mujer de pelo negro, ojos grandes e igualmente negros, expresivos, que hablaban por si solos de lo que sentía su dueña por el hombre que estaba delante de ella. Vestía con un conjunto blanco que le marcaban las colinas de su cuerpo. Él no podía creerse que aquella mujer estuviera allí por él.

La tomó de una mano y la acompañó hacia la terraza, donde su mesa y su bebida le esperaban solitaria. Apartó la silla de la mesa, permitiendo que ella se sentara bajo aquella noche estrellada y acompañada de una suave música que venía de algún lugar.

Fernando toma su vaso y bebe otro sorbo de su bebida y muy lentamente lo deposita en la mesa, sin quitarle ojo a aquella mujer que le miraba también sorprendida. Ella comienza a esbozar una leve sonrisa mientras los ojos brillan al aumentar el humor acuoso. Fernando percibe la expresión de la mujer y comienza a sonreír emocionado por la radiante felicidad que está sintiendo, ahora sabe que es ella, que solo puede ser ella. Tal era la belleza que tenía delante que llegó a pensar que Remedios le gastaba una broma y había pedido a alguna amiga que viniera por ella en ese primer momento.