> Lo habrán comprobado en alguno de los tráilers, lo habrán deducido por el tono de los carteles que invaden su ciudad o, simplemente, ya lo habrán leído mucho antes: Blancanieves y la Leyenda del Cazador convierte el clásico cuento de hadas en una épica y oscura aventura medieval. La pregunta es ¿realmente lo consigue?

La del debutante Rupert Sanders es la segunda película basada en el relato de los hermanos Grimm que llega a la cartelera en el que -con permiso del Apocalipsis maya- debería haber sido nombrado año oficial de la nívea princesa de inigualable belleza. Y todavía nos queda la versión española, otra también muy atípica revisión dirigida por Pablo Berger y con Maribel Verdú, Ángela Molina o Josep Maria Pou.

Pero, aunque comparar Blancanieves y la leyenda del cazador con Mirror, Mirror sea tan inevitable como fácil, no es menos evidente que resulta del todo inútil. Hablamos de dos películas que utilizan como mera excusa la historia de Blancanieves para alumbrar productos diametralmente distintos tanto en su naturaleza como en sus pretensiones.

Y es que, más allá de la perturbadora -sobre todo para el príncipe azul- presencia de El Cazador (al que a partir de ahora nos referiremos como "hecho diferencial" de esta película) esta Blancanieves tiene más de andanza medieval que de cuento de hadas, más de Juego de Tronos (con calificación PG, claro) que de aventura Disney, más de Juana de Arco que de princesita, más oscuridad que luz.

En esta suerte, en la de mancillar cuentos clásicos para darles una mano de pintura sombría y un toque gótico, la comparación debería ser con títulos como Beastly o Caperucita Roja (¿A quién tienes miedo?). En este envite la de Sanders sí que es clara vencedora, lo que tampoco es decir demasiado con unos rivales tan enclenques.

CHARLIZE THERON: LA MALA, LO MEJOR

Pero volvamos a Blancanieves y la leyenda del "hecho diferencial". Chris Hemsworth, que aparca el mazo de Thor para blandir el hacha, encarna a este último mientras que Kristen Stewart da vida a la princesa protagonista. Ellos, sus personajes, son quien dan título a la cinta, pero no son quienes más brillan.

La protagonista de Crepúsculo deja el mismo regusto que una acelga sin rehogar ya esté asustada en una mazmorra, muerta por manzana venenosa o arengando a sus huestes en la batalla. Sí. Esta Blancanieves acaba galopando a la guerra espada en mano y acorazada de pies a cabeza. Mensaje feminista, además de mesiánico, que también nos cuelan Sanders y sus guionistas.

Pero como no hay mal que por bien no venga, con su eterno rictus de adolescente incomprendida, Stewart consigue que el "hecho diferencial" sea un derroche de matices en sus réplicas. El esposo de Elsa no se ha visto en otra.

Y mientras ellos, Blanca y su "hecho diferencial", están a lo suyo por los bosques del reino -algunos, por cierto, muy turbios en los que el peyote is in the air- en el castillo se queda lo mejor de la película: Charlize Theron.

¿Qué espejo en su sano juicio podría decir que la insustancial Kristen es más bella que DOÑA Charlize? Pero más allá de la incongruencia estética, la sudafricana está notable en su papel de perversa madrastra. Su Ravenna no solo transmite el rechazo y temor propios de la bruja mala de cuento, sino que también despierta algo parecido a la compasión, un sentimiento derivado de una locura inducida por terceros.

Theron, junto al lujoso reparto que conforma el grupo de enanos -a los que, por desgracia, se les da muy poco peso- y sus innegables virtudes técnicas y formales, son las grandes bazas de Blancanieves y la leyenda del cazador. Las fortalezas que pueden lograr que las excesivas dos horas de metraje de ese a ratos entretenido híbrido puedan arrojar al un saldo positivo para el espectador.