SIRVAN ESTAS PALABRAS para acompañar al magnífico retrato que el maestro y amigo José Carlos Gracia ha pintado del novelista y también amigo Juan Bosco, palabras que surgen espontáneas, más que de la amistad, del reconocimiento sincero a la obra bien hecha. El retrato está aquí, a la vista con la pincelada valiente y la personalidad indiscutible del artista; y el libro de Juan Bosco, , en las librerías de todo el país desde hace apenas una semana. A Juan lo conocí personalmente hace dos o tres años por motivos laborales como profesional de la voz para una locución publicitaria y, desde el primer día, encontré en él a una persona buena en el estricto significado del adjetivo y sintonizamos en una frecuencia más que modulada, en una amistad tamizada por el humor y la ironía, y por el análisis crítico y severo de los barros y los lodos del tiempo convulso que nos ha tocado vivir: un perfecto tertuliano cuya vocación primera es el estudio de la mente y la condición humana. Poco a poco fui descubriendo, detrás del escudo de una humildad casi patológica, que Juan Bosco es un "renacentista" que vive y siente en plenitud la comunicación a través del arte y lo practica por variadas vertientes: la prosa, la poesía, la música y letra como cantautor -faceta ésta ya abandonada como la de fugaz humorista televisivo-, articulista de prensa y, como dije antes, locutor en off de innumerables audiovisuales. Pero estas líneas son para hablar de su ópera prima como novelista. Un proyecto que surgió como idea hace cinco años y que habla de un tiempo que, aunque no lo vivió, le es tremendamente cercano, a través de interesantes personajes, muchos de los cuales existieron aunque sus nombres estén cambiados, una obra de ficción en la que cualquier parecido con la realidad no es coincidencia, una novela que desentierra los rumores de la memoria oculta durante tantos años en ese hermoso Valle de la Orotava bajo el enorme y querido volcán Teide, testigo milenario de tantas cosas. Cada página de no sólo posee un excelente estilo propio y maduro, sin pirotecnia formal, sino que logra escenificar hábilmente en la imaginación del lector un interesante contenido que lo atrapa desde el principio y lo conduce sin pausa hasta el desenlace.

Cuando Juan Bosco me enseñó el libreto, aún sin publicar, supe que en no sólo había una novela sino también una película que, como nuestro filme Guarapo, rodado hace ya más de veinte años, rescataba también la memoria de estas Islas "revolviendo en el basurero de la Historia" para sacar a la luz la justicia enterrada, para que no se repitan nunca más los mismos errores, ni la iniquidad ni la ignominia cruel de la que fueron capaces hombres divididos en bandos poseedores de su única verdad y sus propios intereses.

Santiago Ríos