PARECE INCREÍBLE cómo, con el paso de los años, de los siglos, el hombre ha tenido que pasar de sobrevivir e incluso ser absolutamente feliz con tan sólo un pequeño rebaño de cabras, en este mundo, mientras hoy día, al margen del absolutismo consumista, nos hacen falta infinidad de cosas para obtener ese mismo bienestar.

Lo más asombroso de esa metamorfosis negativa que hoy protagoniza el fuerte y musculoso joven varón Guanche con que nos regala José Carlos, está en el hecho de encontrarse el ayer y el hoy en el mismo e idéntico escenario. Es el mismo atlántico que salpica en los acantilados, la misma arena que se pisa en las playas, e incluso la misma vegetación que domina en los campos.

Este pensamiento no genera una crítica, faltaría más, a los condicionantes que se le han impuesto a nuestras generaciones y de los cuales nadie es culpable. La misteriosa máquina del tiempo está compuesta por desconocidos engranajes que nos han conducido a nuevos caminos en los que nos movemos.

Mas observemos nuevamente el lienzo y veamos como la sabia naturaleza ha protegido en este caso al más débil: al pequeño animal, a la cabra.

Ellas, esbeltas, saltarinas, felices, aunque sin sonrisa porque los animales carecen de sonrisa, se visten con las mismas pieles que hace siglos y siglos, se alimentan de la misma vegetación, y carecen hoy día de todo lo superfluo como en la época de nuestros padres guanches.

Pero hay cosas, en nuestra tierra, que permanecen intactas con el paso del tiempo y, eso a los tinerfeños, les tiene que llenar de orgullo.

La tradición del pastoreo, que data de los guanches, asegura que dos veces al año conducían desde el interior al mar los rebaños para bañarlas y conseguir que se purificaran con las aguas saladas del Atlántico.

Hoy día, los pastores canarios, continúan llevando sus cabras a la orilla con el fin de desparasitarlas y prepararlas para la nueva temporada de cría.

El pueblo Guanche fue fundamentalmente pastor, al margen de cubrir sus necesidades alimenticias con otro tipo de tareas como la agrícola y la pesquera, en las proximidades de tierra, por carecer de embarcaciones adecuadas para obtener peces en otras profundidades.

El cuidado de sus cabras e incluso escasas ovejas -todo parece indicar que se trataban de animales de tipo africano ya que carecían de lana- era el motor de sus vidas.

Noble y bendita labor que hoy día conservan nuestros pastores, hombres e incluso mujeres, que se tiran al campo con los escasos bienes que se precisan para sobrevivir y ser felices: un recipiente con agua, un almuerzo y la vista alta en el horizonte.

Escritor y periodista