Aunque es el paradigma de la "fuga (o sangría) de cerebros" que sufre Canarias, el historiador tinerfeño Álvaro Santana está decidido a ser la piedra en el zapato de las instituciones isleñas, ya se encuentre en Estados Unidos, Francia o Escocia. Cada nueva visita a su tierra le confirma en la idea de que la gestión del patrimonio responde a parámetros antidemocráticos, basados en el respeto sacrosanto a las haciendas nobles y el desprecio arrogante y clasista hacia edificaciones modestas, como la casa terrera, que parecen condenadas a la incuria.

Lejos del "todo va bien" propalado por el discurso oficial, Santana Acuña, ganador de los dos premios periodísticos de EL DÍA y miembro del Minda de Gunzburg Center for European Studies (Universidad de Harvard), considera que "todo está por hacer" en materia de defensa del patrimonio arquitectónico. Y pone como ejemplo a La Laguna, uno de sus "caballos de batalla" hasta el punto de que considera que la ciudad universitaria se ha hecho indigna del título de Patrimonio de la Humanidad que le fue otorgado por la UNESCO en 1999.

Su intervención en la Biblioteca pública municipal en el marco del 12 aniversario de la declaración de La Laguna como Patrimonio Mundial precedió en unas horas a la que tuvo lugar en el Ateneo de La Laguna, a cargo de María Isabel Navarro. ¿Interpreta la nutrida asistencia a ambos actos como un signo de que los ciudadanos quieren saber qué está pasando con el patrimonio?

Sin duda. Los ciudadanos no comprenden por qué continúan los atentados patrimoniales en un centro histórico que desde 1999 es Patrimonio Mundial. Por ejemplo, la modificación del ancho del callejón de Maquila, el levantamiento de una escalera sobre los restos de otro callejón del siglo XVI, la desaparición de casas terreras de las calles céntricas, el fachadismo y el vaciado sistemático de edificios protegidos o la construcción de la nueva sede del juzgado (diseñada con un estilo arquitectónico que cayó en desuso hace más de 30 años). En ambos actos, varios ciudadanos expresaron que el centro histórico se está convirtiendo en un parque temático.

En el capítulo de patrimonio arquitectónico, ¿qué opinión le merece la gestión del centro histórico de La Laguna?

No es un ejemplo a seguir ni dentro ni fuera de Canarias porque el centro histórico ha acabado en manos de una empresa multinacional. De ella es accionista María Luisa Cerrillos, quien continúa al frente de una dependencia pública municipal: la Oficina de Gestión del Centro Histórico. La declaración de la UNESCO protege más de 500 edificios. Un informe de varios expertos en 2005 demostró que con Cerrillos se descatalogaron más de 117 edificios, entre otras actuaciones poco transparentes, para permitir intervenciones y demoliciones parciales o completas de edificios protegidos. Desde 1999, en el centro histórico ocurre un fenómeno muy similar al de la desregulación de los mercados financieros. O sea, se ha aplicado el neoliberalismo más salvaje a la gestión del patrimonio. Esa multinacional ha modificado a su antojo y sin transparencia los principios que protegen al centro histórico. El principal beneficiado es la franquicia. Los más perjudicados son el residente del centro y el pequeño y mediano comerciante local. El "neoliberalismo patrimonial" los está expulsando del centro histórico. Paradójicamente, una alcaldía nacionalista ha contratado a dicha multinacional.

Hay voces que relativizan el valor de las casas terreras, vistas como un hándicap, esto es un elemento superfluo, desfasado e inútil, que frena e impide las construcciones modernas. ¿Qué hay detrás de ese discurso?

Sin duda, hay claros intereses económicos y políticos que buscan desvirtuar nuestra historia. Por un lado, se promociona con dinero público el modo de vida de los campesinos y artesanos canarios. Por ejemplo, en las romerías, los juegos como la lucha, el folklore y los trajes típicos. Y por otro lado, los ayuntamientos autorizan la destrucción de las casas terreras donde vivían los campesinos y artesanos cuyo modo de vida dicen promocionar. En realidad, una casa terrera es más tradicional y canaria que numerosas iglesias y palacios decorados con mármoles y otros materiales importados del extranjero. Además los palacios y las iglesias suelen recibir la mayor protección legal y las subvenciones para restauración. Por eso, entiendo que nuestro patrimonio no se gestiona de manera democrática.

Los políticos hablan a todas horas de "poner en valor". ¿La ausencia de centros de interpretación dedicados al patrimonio canario y a su arquitectura revela la vacuidad de ese planteamiento?

Me gustaría ofrecer el ejemplo de Escocia, donde vivo actualmente. Además de los castillos aristocráticos, el visitante puede recorrer casas-museo pertenecientes a otras clases sociales: la Georgian House de una familia acomodada, el "cottage" de un zapatero, la vivienda de un comerciante del siglo XVII, el tenement house donde vivían las clases más pobres hacia 1900 y otros muchos ejemplos. Aunque estos edificios perdieron su función original, no fueron destruidos sino restaurados y puestos al servicio del ciudadano. En Canarias, edificios como la casa terrera o la casa sobradada han perdido su función original. Ya no son la residencia de campesinos y artesanos. También los palacios y grandes casonas han perdido su función original; en ellos no viven las familias nobles. Pero las instituciones canarias sólo protegen los edificios de las clases poderosas. ¿Por qué no rehabilitar casas terreras deshabitadas o ruinosas para transformarlas en salas de estudio, museos de la casa terrera o locales de usos múltiples para el disfrute de vecinos y asociaciones? Sería una inversión menos costosa que restaurar un palacio y sobre todo más útil para la vida diaria de los ciudadanos.

Viene defendiendo la visión democrática de la gestión del patrimonio frente a la elitista que solo se centra en los edificios "nobles". ¿No será este clasismo un reflejo de la mentalidad que pervive en las instituciones canarias y en su clase dirigente?

En efecto, nuestro patrimonio necesita una democracia real ya. Salvo contadas excepciones, los políticos canarios no saben vivir en democracia con nuestro patrimonio. El dinero público invertido en este ámbito debe tener como fin protegerlo de una manera global y diversificada, como sucede en Escocia. Permítame usar una comparación para explicarme mejor. Un pinar canario se compone de fauna y flora que suele pasar desapercibida: el pinzón azul, la procesionaria, el escobón, el corazoncillo... Sin esa diversidad de especies el pinar se moriría. Un centro histórico es como un pinar. Es un medio urbano frágil compuesto por diferentes "especies" de edificios (casas terreras, sobradadas y armeras, iglesias, conventos, capillas de cruz...), objetos (cantoneras, hornacinas...) y espacios (plazuelas, callejones...). Hoy, en los centros históricos canarios, asistimos a la destrucción de esta diversidad. Pienso, por ejemplo, en el barrio de El Toscal en Santa Cruz de Tenerife.