Su presencia en el Salón Internacional del Libro Africano, cita que se clausura mañana en el TEA Tenerife Espacio de las Artes de Santa Cruz, ha agitado el pensamiento cultural y político que crece en el mundo árabe. Juan Goytisolo (1931) habló de las revoluciones islámicas, del papel de la mujer en una sociedad convulsa, del valor estratégico de las redes sociales, de experiencias traumáticas vividas en distintos conflictos bélicos por uno de los narradores más brillantes del realismo social: "Hable fuerte; no soy sordo como una tapia, pero sí como un biombo", apunta el escritor e intelectual catalán que un día se impuso un autoexilio en suelo parisino y marroquí.

Meses antes de que cayera la dictadura de Mubarak usted realizó un análisis público en el que adelantaba ese desenlace, ¿cómo fue capaz de llegar a esa conclusión?

Conozco bien esos países y sabía que estaban sufriendo situaciones insostenibles, pero por otro lado ya me había desanimado y pensaba que no iba vivir en vida algo como lo que ocurrió este año, primero en Túnez y después en Egipto. En realidad, todo aquello me provocó una excitación moral. Es una pena que la revolución de los jóvenes iraníes se produjera dos años antes, puesto que si hubieran tenido un poco más de paciencia el señor Ahmadineyad no estaría hoy en el poder.

¿Cuál es su análisis sobre la crisis islámica?

El simple hecho de poder ver tras las rejas al faraón (Mubarak) y ser testigo de lo que está pasando con Gadafi, que al principio de la revolución llamaba ratas a su pueblo y ahora es él el que se esconde como una rata, me genera un sentimiento de satisfacción reconfortante. Cada país es diferente, pero estamos ante una revolución imparable. El gran historiador Ibn Jaldún describió de una forma precisa y extraordinaria la decadencia total de los estados árabes. Él asiste con una gran melancolía a la llegada de los mongoles a Bagdad, narra cómo los turcos poco a poco se van apoderando de Oriente Próximo, escribe de los cristianos, que ya son casi dueños -salvo el Reino de Granada- de la totalidad de la Península Ibérica... Sus reflexiones fueron tan exactas que da la impresión de que estaba relatando lo ocurrido en 2011. La gente puede aguantar un régimen medianamente liberal donde existe un espacio de libertad para reconocer que su vida es mediocre o bien puede contentarse con vivir bien en una dictadura. Lo que no va a soportar nunca es una dictadura implacable que solo reduce su existencia a la pobreza.

¿De qué manera pueden condicionar estos procesos revolucionarios a la creación literaria?

Estamos ante un fenómeno que no tiene freno y que afectará a todos los países árabes. Uno de los cambios que yo he podido apreciar en Marruecos es que la gente que no hablaba de política, ahora sí discute cuestiones políticas. Se ha perdido el miedo. Es difícil pronosticar lo que está por venir país por país. En Argelia, por ejemplo, tuve la oportunidad de entrevistar a una mujer -a mediados de los años 90- que me transmitió una indefensión terrible. Acababan de asesinar a su marido, pero ella no sabía quién lo había matado y por qué lo habían matado. Aquello no era una guerra civil, sino una guerra contra los civiles. En Bosnia pasó lo mismo. Fue un exterminio de la población civil. Hay situaciones complicadas que hacen que se frenen estos procesos revolucionarios, pero los problemas reales residen en todos los países. Incluso, en los más abiertos se percibe una falta de credibilidad en los partidos políticos y en los órganos de gobierno. Son los jóvenes los que están llevando a cabo esas transformaciones.

Las redes sociales también han propiciado eras rupturas, ¿no?

Digan lo que digan, yo bendigo a Julian Assange por utilizar WikiLeaks para poner al descubierto la auténtica hipocresía de la política de Estados Unidos. Cuando estuve en Sarajevo, hace dieciséis años, se produjo un asedio medieval con armas modernas que duró tres años y medio. De haber existido los teléfonos móviles y todo el entramado de redes sociales que tenemos hoy, aquella guerra no hubiera durado más un mes. Allí mataban con una impunidad repugnante y se engañaba a la opinión pública por falta de profesionales. El 6 de enero de 1994, me acuerdo porque aquel día celebraba mi nacimiento, cayeron en Sarajevo hasta 370 obuses. ¡Un infierno! Los gubernamentales respondieron con 34. El comunicado de la UNPROFOR (Fuerza de Protección de las Naciones Unidas) informó de un "Nutrido intercambio de fuego de artillería". Es un ejemplo más de cómo se puede engañar a la población. Hice una lista para Le Monde Diplomatique de cosas que yo podía testimoniar y que no habían aparecido en los medios de comunicación. Las tropas anglofrancesas de la UNPROFOR no distribuían los alimentos entre la población porque querían que se rindiera el gobierno bosnio, los militares franceses de la zona Este entraban en el perímetro serbio para ir a un gran burdel, siempre hubo sitios así en zona de guerra, en los que había un buen número de prisioneras de origen musulmán a las que obligaban a prostituirse y así un montón de atrocidades que nadie contó.

¿Qué opinión le merece la creación del movimiento 15-M?

Hace bastante años que no vivo en España y cualquier ciudadano de este país tiene una opinión mucho más autorizada que la mía sobre el movimiento 15-M. Leo muy atentamente los posicionamientos que han hecho a través de la prensa y estoy muy de acuerdo con lo que expresan, pero el problema es que todo el mundo es consciente de que no estamos viviendo en una economía o un capitalismo global sino en un casino global. Son los mercados los que deciden todo. ¿Qué papel pueden tener los programas políticos cuando son los mercados los que dominan el mundo? Quien descubra el fármaco que calme las histerias y los nerviosismos de los mercados será merecedor de todos los premios nobeles habidos y por haber, puesto que nos levantamos todos los días con la noticia de que existe un gran nerviosismo en los mercados.

¿Tiene la sensación de que su voz y, sobre todo, su literatura puede resultar incómoda para los que gobiernan?

¿Se refiere a si me siento libre? Sí. Pero eso es algo que hay que aceptarlo como viene. Nunca he corrido para que me dieran un premio, no he querido entrar en la Academia, no he tratado de estar cerca de un partido político, a pesar de que en el fondo pudiera existir una mayor simpatía por uno que por otro, no he aceptado nunca ser nombrado Doctor Honoris Causa... En su día, cuando me ofrecieron la Legión de Honor, dije que no. En aquel instante no manifesté por qué no la quería para evitar una situación de cierta agresividad, pero la rechacé porque todos los oficiales franceses que se ilustraron asesinando a argelinos, vietnamitas, malgaches o marroquíes tienen la Legión de Honor. Lo que quise decirle, que al final no lo hice, fue que su honor no era mi honor. A amigos míos muy queridos les gustan mucho los honores y todos esos efectos protocolarios, pero a mí no. Tampoco puedo juzgar a nadie porque tenga ese afán de protagonismo. En ese sentido, no puedo hacer una crítica moral contra ellos. Si su temperamento los hace ser así, son así. Uno no puede reprocharle a otro lo que es. Me vale con que sean buenos escritores.

¿Esa coherencia o sencillez no es un valor en alza hoy en día?

No lo sé... Hace poco escribí en El País un artículo a propósito de un escándalo que se dio en Francia en referencia a la negativa de rendirle un homenaje a Céline. Este hombre fue antisemita y colaboró con los nazis pero, además, Céline era un escritor genial. "El viaje al fin de la noche" es un libro fantástico. Es una de las grandes novelas del siglo XX. Era un auténtico canalla. Yo lo comparaba con Quevedo. No he visto un peor bicho que él. Quevedo era un misógino, era un antijudío delirante, escribía contra los moriscos, tiene poemas donde se burla de los negros, acusaba a Góngora de judío y homosexual en una época en la que cualquiera de estas dos cosas te conducía directamente a la hoguera. Quevedo era mala persona, pero su pluma mercenaria era inteligente y patriotera, pues está demostrado que cobraba de la embajada de Francia, es decir, de un país que era enemigo de España. Pues bien, este canalla es el autor de los sonetos de amor más bellos de la lengua española. En el otro extremo está la gente con una moralidad muy exquisita, pero que lo que escribe es mediocre.

¿Un escritor no debe tener una cierta responsabilidad moral?

A un escritor no se le puede criticar que no tenga un compromiso ético. Lo que cuenta en la historia de la literatura es que una obra responda a las exigencias que dominan la actualidad; que aporte algo nuevo. Quevedo lo consiguió. Era un genio literario y un canalla. Si hubiera sido buena persona, a lo mejor no habría conseguido nada como escritor. En la creación poética o novelesca, al igual que pasa con las fantasías sexuales de cada persona, no existe un canon políticamente correcto. Existen criterios ajenos a la literatura que clasifican a un autor con una etiqueta y que son muy perjudiciales.