Con 19 años Alicia Gámez se embarcó en un velero de Canarias al Caribe con una familia francesa, que incluía un bebé de un mes, y ha necesitado dos décadas para narrar la experiencia, tras superar "una especie de autismo" que le impedía expresar la intensidad de lo vivido.

En "El Equilance" Alicia Gámez, nacida en La Laguna (Tenerife) en 1966, se enfrenta por primera vez a la escritura como un reto y con la certeza de que, a pesar del tiempo transcurrido, mantiene en la memoria "cada momento y cada detalle de lo vivido como si hubiera ocurrido hace una semana", según explica en una entrevista a Efe.

Para el relato ha utilizado también datos y reflexiones del diario de navegación que utilizó durante el viaje esta monitora de vela acostumbrada a navegar desde los 7 años y para quien cruzar el Atlántico era "el sueño de mi vida".

Alicia Gámez pasó su infancia y adolescencia conociendo a gente del mar y "aventureros de todo tipo, gente interesante, gente despierta y también a más de un loco" y de su padre, otro apasionado marino, aprendió a navegar en un pequeño velero y en un "Optimist".

También de él heredó "la prudencia y el amor incondicional por el mar".

Fue en el puerto tinerfeño de Radazul donde conoció a la familia francesa compuesta por Dominique, Marina, el pequeño Cedrique y el bebé Alan, de 40 días, así como el gato "Violeto".

Ellos llevaban dos años en Canarias -habían residido en El Hierro y en Gran Canaria- y proyectaban navegar hasta el Caribe porque a Dominique le habían apalabrado un trabajo en la Guayana francesa y debían partir en primavera, pues de lo contrario la llegada de los ciclones en junio les haría aplazar el viaje hasta noviembre.

E inesperadamente propusieron a la joven Alicia acompañarlos en un viaje de 2.800 millas hasta las Antillas.

"Tardé cinco minutos en decidirme", confiesa Alicia, para quien la propuesta era "como ir al Himalaya" y a la que le resultó "fácil" conseguir el apoyo del padre. Sobre la madre, apunta que la idea le puso "la carne de gallina", pero respaldó a la hija "con generosidad, resignación y confianza".

El velero familiar era "El Equilance", un "sloop" de 10,50 metros de eslora y unas cinco toneladas de desplazamiento.

Soltaron amarras a las 14:00 horas del 22 de abril de 1986 con rumbo a 270 grados. Les esperaba la bahía de Saint Johns.

Para ello recalaron en El Hierro y la isla de San Vicente de Cabo Verde tras una primera etapa "con muchas calmas" y poco avance, en la navegación en línea recta al Caribe que defendía Dominique.

En cambio la joven Alicia había propuesto la ruta utilizada "de toda la vida" por los navegantes, la de bajar hacia Cabo Verde al encuentro de los alisios.

Alicia Gámez tenía "una madurez" propia de quien ha navegado ya desde los 17 años a Gambia y al archipiélago caboverdiano, Madeira y el Mediterráneo español, y sabía que con rumbo oeste iban a encontrar una calma chicha que les hizo perder días de navegación y combustible.

Entonces Dominique aceptó el consejo de Alicia y se dirigieron a Cabo Verde, donde repostaron y comenzó una travesía en la que encontraron desde orcas hasta "barcos fantasma", como relata en la narración.

También vieron cómo empezaron a escasear "alarmantemente" las reservas de agua dulce antes de lo previsto y tuvieron que cocinar con agua de mar y cómo el 27 de mayo vivieron la situación más peligrosa del viaje: una tromba de agua con vientos de 75 nudos, "un enorme embudo gris oscuro descendiendo de una nube hasta unirse al mar con un sonido ensordecedor" y que a punto estuvo de hacerles naufragar.

Pero Alicia Gámez conserva la mejor impresión del viaje: "a pesar de tener la piel llena de sal, la ropa áspera y húmeda, la cara quemada por el Sol y de encontrarme cansadísima, si alguien me preguntase si he visto el cielo le diría que sí, que varias veces estado en él: en el mar".

Gámez, que reconoce que perdió el contacto con los navegantes franceses, señala que el tiempo le ha dado perspectiva a la intensidad de lo vivido, y precisa que el mar le aporta "equilibrio, paciencia, aceptación, fuerza, claridad y lucidez".

Cuando navega se siente "como un ermitaño que se va un mes al desierto a meditar: te produce una limpieza" porque para ella son similares, el desierto tiene dunas amarillas, el mar tiene dunas azules.

Gámez acaba "de cerrar el círculo", pues acaba de regresar de la ruta contraria, en una navegación de Antigua a Azores y Canarias que ha durado 28 días y 3.305 millas.

Entre sus proyectos futuros se encuentra escribir este último viaje como "un guiño", pues supone "el regreso" al Caribe "veinte años después, con otro barco y otras gentes", así como navegar hasta Agadir, en la costa marroquí, para allí alquilar un coche y cruzar el desierto hasta Marrakech.