Comenzó el concierto de anoche medio trajeado y tímido, pero a cada canción Mikel Erentxun liberó un poco más el animal interior que ha gestado en sus 25 años en la música, y acabó bañado en sudor en su reencuentro con el público mexicano.

El cantante vasco volvía a un país que conoció muy bien cuando era parte de Duncan Dhu, así como durante buena parte de su trayectoria solista, y en el que, tras casi cinco años de ausencia -salvando una cita el año pasado- busca prender otra vez la chispa.

"Ya pisamos suelo mexicano. El ángel dorado sigue vigilando nuestros pasos. Ya estamos en casa", escribió en su blog al llegar y ver de nuevo el Ángel de la Independencia que vigila el Distrito Federal desde su torre, a más de 40 metros sobre los coches.

El concierto de anoche -precedido por un maratón promocional en los medios- fue íntimo, en una pequeña sala con aire de cabaret de lujo que el martes Erentxun había definido como propia de Elvis en Las Vegas.

Sillones y telón rojos, mesas a pie de escenario y centenares de fans que formaron una larga fila en la puerta para mostrar que no lo habían olvidado.

"La que quieras, Mikel!", bombardeaban los congregados en el patio de butacas -entradas agotadas-, que coreaban como clásicos los nuevos temas del héroe retornado, a pesar de los dos meses escasos que lleva en la calle su último y muy intimista trabajo, "Detalle del miedo".

El nuevo Mikel sonó incluso mejor que en el álbum, señal de que ya le ha tomado la medida a la nueva carretera por la que transita, acompañado del trío Las Malas Influencias.

El donostiarra lanzó al aire su nueva propuesta, exenta de la obligación del estribillo comercial y bien cobijada por la poesía sin fonemas de lo instrumental.

Erentxun se animó poco a poco (no fue el tequila, apenas tomó algún sorbo) y sacó a la luz inconscientemente trucos y mañas que el escenario le ha enseñado en diecinueve discos. Agarró el micrófono de todas las formas posibles, se contoneó, paseó su voz quebradiza, cerró evocador los ojos...

Lejos de su intención quedó enterrar en un baúl oculto a la luz sus clásicos en solitario -"Quién se acuerda de ti", "Esta luz nunca se apagará", entre otros- o en grupo. Rubén Caballero, a la guitarra, tomó la voz de su ex compañero de Duncan Dhu Diego Vasallo para cantar "La herida".

Ya en mangas de camisa y con la espalda anegada de transpiración, Erentxun se despidió del decoro en un imaginario disparo con su guitarra, y obligó a sus piernas a un salto coordinado con la batería de su compadre Rufo, ensimismado entre bombos y platillos.

Pasó el tiempo, como dicen sus canciones, y tocó retirarse del escenario cuando más a gusto se encontraba, sólo para oír al público pedir más.

Y volvió, con el que fuera su primer sencillo tras independizarse como músico, "A un minuto de ti". Sonó a entonces, pero con el pelo gris. Se arremangó la camisa, empapado de sudor. Llegaba, ahora sí, la hora de despedirse.

Como buen tahúr, había guardado la mejor carta para el final, un as con más de veinte años, publicado en "El grito del tiempo", aquel álbum cuya portada recordaba a la de "The Joshua tree" de los irlandeses U2: blanco y negro, un sombrero, rostros contemplativos.

Rufo le pegó suave a sus platos, marcando el ritmo del principio del fin, de "En algún lugar". Erentxun, perdido sin remedio en su paraíso, se regaló en estado puro, primario: "En algún lugar de un gran país, olvidaron construir...".