La precisión ha marcado la vida de Antonio Cabanillas de Blas (1938). Primero como cirujano y más tarde como escritor. Madrileño de cuna, dice que su espacio como novelista está en las Islas. "No soy un hombre de una bandera, pero mi tierra literaria es Canarias", argumenta el autor de obras como "El médico de Flandes", "El león de ojos árabes", "El prisionero de Argel", "El último cruzado" o "El cirujano de Al-Andalus", un libro histórico que ayer promocionó en la XXI Feria del Libro de Santa Cruz.

-¿Las manos son una "herramienta" importante en su vida?

-El escalpelo es fundamental en mi vida porque soy cirujano, pero la literatura me sigue dando unas satisfacciones extraordinarias tras una fructífera actividad laboral que duró muchísimos años. Esto es una jubilación verdadera, un jubileo de alegría que, en definitiva, es el sentido auténtico de la jubilación.

-¿Qué le resulta más difícil, enfrentarse a una intervención quirúrgica o a un folio en blanco (o a una pantalla de un ordenador vacía) que debe llenar con palabras?

-Una intervención quirúrgica es mucho más complicada porque al entrar en un quirófano no sabes lo que te vas a encontrar. Allí sientes el peligro de tener en tus manos una vida ajena. Para mí son profesiones igual de gratificantes.

-¿Placeres como "El cirujano Al-Andalus"?

-Según mi editora es la mejor novela que he escrito. Recrea a la Córdoba mágica del siglo X, una ciudad en la que convivían en paz y en armonía tres religiones. Allí no se aprecia el fanatismo que posteriormente se adueñó del Islam y sus habitantes hablaban aljamía, un castellano romance. Moros y cristianos, razas del desierto, yemeníes, sirios... se entendían sin problemas. Al final, un idioma es lo que realmente une a los pueblos y benditos sean todos porque cada uno de ellos tiene su riqueza cultural. No se puede perseguir a una lengua así porque sí, prohibir a un niño que hable en su recreo una lengua milenaria.

-¿Esa unidad lingüística de la que usted habla en su novela está en peligro por el momento convulso que se vive en España?

-Confío en que solamente sea un sarampión o como mucho una escarlatina, que dura algo más de la cuenta, aunque tengo la intuición de que poco a poco las aguas se van a ir serenando. Por el bien de Cataluña, que es una tierra entrañable para mí porque he vivido allí y le tengo una adoración especial, espero que la gente tenga libertad para expresarse en la lengua que prefiera. Franco, en un acto estúpido propio de un dictador, persiguió el catalán, pero él era un dictador y los dictadores están en el poder para prohibir cosas. Ahora, en cambio, no hay una dictadura y se están comportando peor que cuando existía un dictador. Persiguiendo al español lo que van a conseguir es que se empobrezca su propio pueblo porque al final la burguesía catalana no es tonta y seguirá mandando a sus hijos a los centros en los que se habla castellano. El catalán es muy pragmático y por ello siempre acabará primando el buen hacer sobre la rabia, pero no quiero hablar más de política. ¡Volvamos a la literatura!

-¿Cómo recuerda su llegada al universo de las letras?

-Mi vocación literaria es postraumática porque llegó después de que me rompiera una cadera en el barco de un amigo. Sucedió hace muchos años, cuando estuve fuera de combate durante tres meses, y para no morir de aburrimiento. Me pasé mucho tiempo sentado en una silla, pero soy una persona inquieta y empecé a escribir una biografía inédita y otras cosas que llamaron la atención de un editor.

-¿Es difícil llamar la atención de un editor?

-Es bastante difícil porque todos los españoles llevamos un escritor dentro y todos escribimos más o menos bien, pero es muy complicado que te publiquen algo. Lo de escribir para que te lean está igual de complicado en España que en otras partes del mundo. El mercado está saturado de libros y cada vez es más difícil realizar una buena elección.

-¿Alguna vez le escuché decir que el mercado canario se le está resistiendo?

-Es cierto que soy más valorado en la Península o incluso fuera de España, pero nadie es profeta en su tierra y Canarias es mi tierra literaria. Es muy difícil que el vecino del 6º, con el que hablas de fútbol a diario, te vea como un escritor. Afortunadamente, cada vez tengo más lectores en Las Palmas, que es donde vivo, y en Tenerife, que es una isla que quiero con locura y a la que vengo muchas veces.

-¿Crear novela histórica se ha devaluado frente a tantas conspiraciones y sectas maléficas?

-Soy un escritor histórico en el sentido de que novelo libremente la historia, pero no hago historia ficción. Que un autor me diga que Adderramán III escribió un códice secreto que permanece oculto en un convento capuchino, que la sangre de Cristo mana en una montaña de Jordania o que Jesucristo se acostaba con María Magdalena me parece una estupidez. Admiro mucho a Dan Brown, pero debo confesar que no pude terminar de leer "El código Da Vinci". Me aburrió. Desde una perspectiva comercial envidio muchísimo a este tipo de escritores, pero no son mis favoritos. En este sentido, trato de mantenerme lejos de todas las sombras y cosas extrañas que quieren tener su protagonismo en el mundo de la literatura.

-En épocas de crisis, ¿se puede decir que la lectura es una de las aficiones culturales más baratas?

-Es barato y provoca un enfrentamiento apasionante entre el libro y el lector. Hoy no se desvirgan los libros como antiguamente cuando tenías que usar un cuchillo o una navaja para separar las hojas. El libro no morirá nunca. Ese placer de estar en una terraza, junto a una mujer con la que comentarlo y un buen vasito de vino es algo impagable (sonríe).

-¿Usted es de los que no cree en los libros digitales?

-Soy respetuoso con el increíble mundo que nos proporciona internet, pero dejemos de lado la cibernética y volvamos al humanismo. La red no puede copiar el placer que te provoca desvirgar un libro; yo soy fiel al papel. El latín sigue siendo un elemento para unir a los hombres y las nuevas tecnologías son respetadísimas, pero el papel siempre ganará la batalla a la frialdad de una pantalla de ordenador.