La cosa hoy está así: España está funcionando con unos presupuestos prorrogados, los del 2018 que fueron hechos por el Gobierno del PP y que Pedro Sánchez se tuvo que tragar después de haberlos puesto a parir y haber votado en su contra. Son de esas cosas tan surrealistas que pasan en España. Pero no solo los heredó. No solo se los tragó a regañadientes, como una cucharada de ricino. Además ha tenido que prorrogarlos, porque su proyecto de cuentas públicas naufragó en el Congreso. Si no quieres arroz toma dos tazas.

Esta semana, haciendo gala de impudor olímpico, el presidente del Gobierno ha presentado un libro sobre sí mismo. Podría decirse que la modestia no es una de sus virtudes. Es verdad que muchos grandes genios han sido vanidosos, pero confieso que no he leído a ninguno que empiece unas memorias diciendo que su primera gran decisión fue cambiar un colchón de la cama.

Ese presidente superviviente tan feliz de haberse conocido, va a dejar en herencia -tal vez a sí mismo, para más surrealismo- un año funesto. Las decisiones tomadas por decreto para el aumento de las pensiones y del salario de los empleados públicos van a producir el descuadre de las cuentas del país. El déficit público, la diferencia entre los ingresos y los gastos, se va a disparar a una cifra que anda entre los quince y los veinte mil millones.

La imposibilidad de llegar a cualquier tipo de acuerdo en el llamado Pacto de Toledo, la mesa donde los partidos estudian la solución al mantenimiento del sistema de pensiones públicas, es la guinda que le faltaba al pastel envenenado. Podemos, que camina como un pollo sin cabeza hacia el precipicio de una ideología cada vez más extrema, ha reventado las negociaciones planteando una solución ''a la catalana'': O se hace lo que yo digo o se rompe la baraja. Cómo habrá sido, que hasta un partido próximo, como Compromís, los ha puesto a parir.

No esperen milagros. Lo que los políticos están mirando para solucionar las pensiones que llegan a casi diez millones de españoles, son más cargas sobre el lomo de los trabajadores y empresas. Y sobre todo, más dificultades para los nuevos jubilados. Se manejan fórmulas como computar toda la vida laboral para el cálculo de las pensiones (bajaría en casi todos los casos la cuantía de las cantidades a recibir), retrasar la edad de jubilación para que la gente tarde más en entrar en el sistema (y con suerte la palmen, ahorrando dinero al erario público) o aumentar el periodo de cotización a los 37 años. En resumen, poner todas las zancadillas posibles para que la cantidad de personas que se puedan jubilar descienda y las prestaciones sean lo menor posible. O sea, trampas.

La actual pirámide de población española nos mete de cabeza en un problema gordo. Hay una población envejecida que si no se buscan soluciones entrará en masa en los próximos años en un sistema insostenible. Para que una herramienta fundamental del Estado del Bienestar no se convierta en el timo de la estampita, no hay más solución que engañar al personal. Por un lado se suben un poco las pensiones a los que ya están y por el otro se le complica todo lo posible la llegada a los nuevos jubilados.

El aumento de los afiliados a la Seguridad Social se ha demostrado incapaz de garantizar la viabilidad de los pagos, porque el nivel salarial de este país es tan extremadamente bajo que en algunas ocasiones ni siquiera iguala a lo que se percibe por pensión.

Volviendo al principio. El agujero de la Seguridad Social para este año podría rozar los 20.000 millones, que tendrían que aportarse también desde los presupuestos generales del Estado, porque la caja de reserva del fondo de pensiones, la ''hucha'', sólo tiene telarañas. Este año vamos a hacer crecer el pufo, vamos a incumplir con Bruselas y vamos a poner en peligro la credibilidad de España en los mercados que nos prestan dinero. Pero siendo eso grave -que lo es- lo que más acojona es que la caterva de incompetentes que están hoy en política no sean capaces de ponerse de acuerdo ni siquiera en salvar el sistema de pensiones que cada día se parece más a un sistema piramidal a punto de petar.

Los partidos solo se ocupan de lo suyo. Más importante que el país es quién consigue gobernarlo. Aunque sea el rey del cementerio. Millones de ciudadanos que han trabajado toda su vida, esperando que el Estado les garantice una vejez digna, están en riesgo de quedarse colgados. El sistema no aguantará mucho más. Y nadie cambia el colchón.