Me llegó esta historia por el móvil y se la quiero contar. Es una historia de todos y de nadie. Una historia de las que podrían contar ese tipo de abuelos sensatos, serenos, clarividentes, "vividos"... que amenizan a los "parroquianos" desde cualquier banco o esquina. Dejen que se la refiera un poco a mi manera. Como yo la veo.

La historia habla de un hombre que tenía cuatro hijos. Y quería enseñarles a no juzgar las cosas y a las personas de manera simplista y precipitada. Así que les mandó hacer un viaje largo para que observasen un antiguo peral que estaba plantado en un huerto lejano, propiedad de su padre y abuelo de sus hijos.

Deberían realizar el viaje en tiempos diferentes para contemplar el peral. El primogénito en invierno, el segundo en primavera, el tercero en verano y el más pequeño en otoño. Cuando regresó el último, los reunió a los cuatro y les dijo que contasen en su presencia, uno por uno, delante de los hermanos qué es lo que habían visto.

El primero dijo que el árbol parecía muerto, que estaba torcido y feo, que no tenía ni una hoja y que daba toda la impresión de que estaba seco. Una pena. Los otros hermanos escucharon atentos y sorprendidos. Contrastaban en sus mentes la imagen que su hermano había descrito con la que ellos mismos habían visto.

El segundo hijo dijo que el peral estaba lleno de brotes verdes y que sobre él se posaban los pájaros llenando el ambiente de trinos felices. Todo eran promesas en el peral. El padre asintió, dio las gracias a su hijo segundo e invitó al tercero a comunicar su experiencia. Dijo seguidamente que el peral estaba lleno de flores y que era el espectáculo más hermoso que había visto nunca. Una belleza que suscitó en él una enorme alegría.

Enseguida intervino el más pequeño de los hijos, que había contemplado el peral en otoño. Y lo hizo para decir que el peral estaba cubierto de peras maduras, una de las cuales probó, encontrándola deliciosa. El peral estaba lleno de vida y de abundancia. Él había sentido una enorme satisfacción al verlo cargado de tantos y tan sabrosos frutos.

Todos intuían lo que su padre había pretendido. Y, en efecto, este lo fue explicando a los cuatro con palabras sencillas y sinceras. Les dijo que, aunque sus relatos eran diferentes, todos tenían razón. Como habían supuesto, cada uno había contemplado el mismo peral solamente en una temporada, exclusivamente en una estación. Los hijos escucharon atentos mientras el padre añadía que no se puede juzgar a una persona por una sola estación de su ciclo vital.

La realidad es muy compleja. Las personas somos muy complejas. Y nuestros juicios sobre los demás son con frecuencia precipitados y excesivamente simples. Unas veces por ignorancia, otras por pereza y muchas por interés o por malicia.

En la vida diaria juzgamos las acciones y las intenciones de las personas en función de apariencias limitadas, breves y superficiales. Limitadas en el contenido, breves en el tiempo y sin conocimiento de causa. Si volviéramos a ver a la persona horas, días o meses después, si hablásemos de nuevo con ella, si contemplásemos más facetas de su vida, es probable que ese primer juicio hubiera cambiado. La metáfora del peral es clara, sencilla y elocuente. Se trata del mismo árbol, de la misma realidad. Cada hijo ve un árbol diferente porque tiene muchas caras, muchas formas de manifestarse.

Tendemos a hacer juicios de valor sobre las personas por un solo hecho, por una sola experiencia. Por una sola acción generosa o heroica las subimos a los altares o las hundimos en la miseria con idéntica facilidad. Deberíamos ser más exigentes, más cautos y más respetuosos en la elaboración de juicios sobre los demás. Eso dice esta historia de todos y de nadie. La historia que me hubiera gustado escuchar de alguno de mis abuelos. Si los hubiera conocido, claro.

Feliz Navidad.

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