Me lo contaron en Estambul. Silvie era una francesa de 32 años que llegó a la increíble Estambul una mañana de primavera. Una época en la que esta inigualable ciudad huele a flor recién cortada mezclada con almizcles, jabón perfumado de anís, té de manzana y miel de la Capadocia.

Él era de la zona turca del Kurdistán. Tenía 37 años recién cumplidos, aunque los surcos en su cara le hacían aparentar algunos más. Su nombre era Yousaf, y con mucho esfuerzo regentaba varias tiendas de bisutería, piedras semipreciosas, sólo piedras, collares, colgantes, broches, bronce, cobre, artículos de anticuario? En fin, una especie de quincalla de abalorios, quizá sobrevalorados, pero que, si realmente crees que el valor es ese, lo conviertes en realidad.

Silvie, desde luego, no era ajena a estos complementos y podía pasar horas observando los escaparates y preguntando mil cuestiones sobre un solo collar, como de hecho sucedió. La joven francesa trabajaba en una editorial en Dijón, una región famosa por su mostaza. Se había tomado un año sabático y su aventura finalizaba en el "cuerno de oro" después de haber estado en medio mundo.

Y se produjo el encuentro y llegó la magia. Ella estaba mirando el escaparate por quinta vez -en esta ocasión se resguardaba de una pertinaz lluvia- cuando, de repente vio que alguien le tocaba el cuello y le colocaba de manera muy delicada un collar. Era Yousaf que, con una sonrisa absolutamente cautivadora, le dijo: "Llevo días observando que usted siempre se detiene ante este collar, así que es suyo". Silvie no quería aceptar el obsequio pero, ante la insistencia de Yousaf y en medio de cientos de personas que desfilaban por el gran bazar, no pudo hacer más nada que asentir y tomarlo.

Tras esta escena, a Silvie le empezó a suceder algo extraño. Salía del coqueto hotel boutique en el que se alojaba, en una calle apartada pero a la par que céntrica, y, aunque se dirigía a la Mezquita Azul, sus pies y su mente la llevaban al escaparate de Yousaf. Cualquier destino que pretendiera hacer en Estambul la conducía al escaparate de aquellas famosas tiendas kurdas que están en este lugar tan mágico donde miles de tiendas te embrujan con el color y el ruido que se convierte en arrullo. Era como un encantamiento, como si se hubiesen adueñado de su voluntad.

Silvie se marchó de Estambul decidida a olvidar a aquel kurdo que, sin saber por qué, siempre lo tenía en su mente desde que le puso el collar de piedras semipreciosas incrustadas en bronce antiguo. Incluso, llegó a plantearse arrojar el collar al río Ouche, que pasa por Dijón, pero no fue capaz.

Estando en Francia, le mandó un email a Yousaf, disculpándose porque no se había podido despedir y relatando una serie de historias rocambolescas que sacaban una sonrisa a Yousaf cuando las leía. Lo hacía sabedor de que Silvie no lo podría olvidar tan fácil. Feliz de sentir que había llamado la atención de esa mujer que estaba esperando desde hacía años.

Sucedió un mes después. Yousaf, que tenía visado para la Unión Europea, decidió conocer Dijon y se interesó por una editorial de una revista de moda editada allí que había hecho un amplio reportaje sobre los collares kurdos que se venden en el gran bazar de Estambul y donde aparecía, de manera especial, una de sus tiendas.

Cuando Silvie entró en la sala de prensa de la editorial, empezaron a temblarle las piernas, y un sudor frío le recorrió todo el cuerpo. El corazón le empezó a latir en los dientes. Yousaf, con firmeza, sentenció: "Sabía que llevarías puesto el collar". Ella, simplemente, sonrío.

Esta historia es mucho más larga porque tardaron más de tres horas en contármela cuando la puesta del sol invernal se reflejaba en el Bósforo, pero en resumen, Yousaf y Silvie contrajeron matrimonio por el rito católico y musulmán. Tienen dos hijos. Silvie regenta una tienda de abalorios, collares, broches y colgantes que vende, tanto en su tienda como a través de una plataforma electrónica. Sus artículos son la delicia de miles y miles de mujeres europeas que le compran todo a Silvie y Yousaf es inmensamente feliz viviendo con ella, a caballo entre Estambul, la región Kurda y Francia.

Me contaron esa tarde que fue su madre quien le dijo a Yousaf que pusiese el collar en el escaparate, y cuando una mujer se detuviese más de tres veces a observarlo con detenimiento, esa sería la mujer de su vida. Él llevaba esperando doce años a que sucediese la predicción de su madre. Doce años mirando el escaparate siempre, día tras día.

Para que esto pueda suceder, se necesita tener el corazón lleno de buenos deseos, que te rodee una gran aureola, que tus vibraciones sean siempre positivas y que intentes ser feliz haciendo felices a los demás. Silvie tenía todas esas cualidades y muchas más.

Así me lo contaron en Estambul y así se los cuento. Si alguna vez el destino te lleva a esa ciudad, detente en un escaparate donde predomine el color cobre y las piedras de colores y fija tu vista en el collar más hermoso, puede ser que sea mágico. Pero mi deber es advertirte que el collar especial, el bendecido, el mágico, el eterno, ya tiene dueña.

*Vicepresidente y consejero del Área de Empleo, Comercio, Industria y Desarrollo Socioeconómico del Cabildo de Tenerife