Los sentimientos muchas veces tienden a desbocarse sin control y falta de contención, puesto que las características que nos definen como seres humanos en el entorno de las relaciones sociales se hacen frágiles, saltando barreras individuales que nos emparentan, más que con otra cosa, con el antropoide, alejados de un pensamiento lógico e intelectual bajando al lodazal del desprecio para tejer un discurso cuyo protagonista es el odio.

Nuestro recordado maestro y catedrático de Psiquiatría Carlos Castilla del Pino ya nos pone en pista de esta cuestión en su libro "Teoría de los Sentimientos".

Se pregunta el profesor qué es el odio. "El odio es una relación virtual con una persona y con la imagen de esa persona a la que se desea destruir por uno mismo, por otros y por circunstancias tales que deriven en la destrucción que se anhela."

Bien es verdad que por muchos deseos que aniden en las personas para desarrollar el odio que camina hacia la destrucción puede que no llegue a hacerse realidad, lo cual ocasiona como un rearme de ese mismo odio que retroalimentándose espera otra oportunidad para salir fuera de la "carcasa" individual con más virulencia si cabe.

Se observa que el odio, que ha sido un sentimiento destructivo ancestral, se enmarca en muchos vértices de ese gran poliedro que es la sociedad actual, pero destacándose sobremanera en el discurso y actitud de determinados políticos, personajillos de sainete, que sintiéndose iluminados por los dioses del monte Focida se creen poseedores de la verdad absoluta, pretendiendo implantar, a través no de la discusión serena desde una conversación positiva, sino desde el odio, además desde un "barriobajerismo" vergonzante, en donde la carencia de argumentos y de enjundia intelectual hacen que no solo funcionen como vomitivos sino que arrinconan a uno en la perplejidad al comprobar como estos especímenes que circulan por el escenario de la política pueden tener "aplaudidores" que no se cansan de decirle "qué bien lo hiciste".

Ante esto, la sociedad debe estar alerta de estos productores de odio y quitárselos de encima desde el grupo al que pertenecen y desde el circulo donde se mueven. Porque el odio une y tiene su parte mórbida para el que lo padece, porque muchas de las veces, como dice nuestro recordado profesor, ni se enteran de que son seres deleznables, sino todo lo contrario, ya que se consideran los reyes del mambo. Y así nos va.

Pero sucede que el sujeto que odia, al final termina odiándose a sí mismo más pronto que tarde, al notar su frustración e impotencia hacia la persona o grupo al que dirige este sentimiento degradante. Al no conseguir su meta, esta se convierte en delirio, por lo que el camino que le espera será pedir cita para una consulta con el psiquiatra.