Los lectores tendrán definitiva constancia de mi incapacidad profética y, también, de mi injustificable fascinación por la sorpresa después de tantos años de oficio. Tras el sonado pacto, luego fugaz, para renovar el maltrecho poder judicial, avancé las posibilidades de acuerdo entre PP y PSOE en casos de extrema gravedad. Pero aquel frágil consenso saltó por los aires a cuenta de un wasap indiscreto, cuya autoría todos niegan, y que provocó la renuncia del presidente in péctore -Manuel Marchena- y el ruido trufado de insultos que retornó con triste carácter de permanencia y evoca malos modos y tiempos conocidos.

Con los presupuestos en el aire y la cansina resaca catalana en sus trece, un insultador de nueva hornada -Rufián de apellido- montó su número y logró su objetivo; insultó al Borrell del banco azul pero, de rebote, resucitó al parlamentario aguerrido que lo redujo a productor de "serrín y estiércol"; cabreado y abucheado, se excedió en la desobediencia y fue expulsado de la sala; acompañado por sus conmilitones; un tal Jordi Salvador, al pasar junto al titular de Exteriores le escupió según el afectado y sólo le hizo una mueca despectiva, según el grosero republicano.

El debate subsiguiente en círculos políticos y medios informativos apuntó más al análisis forense -se reclamó el VAR como en el fútbol de élite- que a la indudable gravedad del hecho. Que hubiera o no saliva es un tema escatológico al gusto o disgusto de cada cual. Lo preocupante es que una acción guarra, en su sentido literal, tenga su peregrina calificación o justificación por la existencia, o no, de la secreción humana.

Existen afrentosos precedentes y conspicuos insultadores pasados y actuales que debemos olvidar, desde luego. Pero resulta que la bulla solapa lo mollar y esta escandalera llega en unos días tensos, con reparos comunitarios a los presupuestos del Gobierno socialista, con rebrotes de la Gürtel, y la murga catalana con sus viejas majaderías y nuevas ocurrencias; y, para coronar el pastel, con pésimas relaciones entre los partidos que, en el cercano diciembre, inician una carrera electoral que llegará a mayo de 2019 y que, de incluir las generales, llevará a los sufridos ciudadanos a votar en cinco urnas, siete en Canarias. Las sanas y naturales diferencias políticas enriquecen la democracia; la mala educación es una lacra moral que la envilece y la desacredita.