Cien sacerdotes, según la primera versión y hasta el triple según la última, se rebelaron contra el papa Francisco y le acusaron de provocar un caos doctrinal. La noticia, que retrata y afrenta a sus actores, se desinfló como un globo en cuanto se conocieron los términos del documento, que rechaza del modo más sectario y mezquino a los homosexuales y divorciados, a los que cierra las puertas de una comunidad religiosa creada sobre el amor y la misericordia.

La venenosa invectiva vulnera los códigos de las sociedades democráticas y traiciona el principio humano de la caridad. Según parece, forma parte de una campaña contra el pontífice cuyas ideas renovadoras y reformas eclesiales chocan con los intereses espurios de un sector de la jerarquía y de una cuota mínima del clero adherido a sus postulados y modos retrógrados. El manual de infamias no merece el honor de la crítica por su irrelevancia intelectual y moral y por su método artero -los curas furiosos piden a los obispos que actúen frente al Sucesor de Pedro-, sería detestado y condenado en cualquier ámbito social y político.

Títeres, descerebrados o cínicos, prevaricadores o ignorantes, los firmantes de la mal llamada Apelación Pastoral -entre ellos hay once españoles- rechazan de modo implacable a la comunidad LGTBI y a los divorciados que, en el siglo XXI, no entienden que una circunstancia civil les aleje de la religión que profesan. Y como colofones de sus arcaicas propuestas, mantienen el celibato sin matices y rechazan la ordenación de mujeres bajo pena de excomunión. Contestan a una frase del papa argentino -"Si Dios hizo así a los homosexuales, ¿quién soy yo para juzgarles?"- con una arrogante herejía, según la cual sus crueles argumentos "pueden ser aprobados o propuestos por Dios".

Presos del peor integrismo tridentino, alejados de la realidad contemporánea y desprovistos de las virtudes cardinales, ante su error y fracaso, los amotinados, y quienes los mueven en la sombra, deberían usar la dignidad y el sentido común que les quede para colgar los hábitos que no merecen y romper los votos que no cumplen. Otro día hablaremos de las evidencias y las interioridades de este acoso y del estado de conspiración que, como Francisco, sufrieron antes los papas Roncalli y Montini y que, según numerosas fuentes, costó la vida del breve y risueño Albino Luciani.