Con frecuencia, sobre todo en nacientes sociedades democráticas, parece que a estos les gusta promover o dirigir cierto tipo de adoctrinamiento, por acción u omisión. Y, singularmente, parecen presumir de un neutralismo moral, se ve que no pretenden invernar su propio modelo ético-escolar.

En una sociedad plural y competitiva, es inviable, desde el Estado, marcar las pautas fundamentales sobre el acontecer educativo en lo que tiene, por naturaleza, de dimensión moral. Porque el agrandamiento de la personalidad del niño, que va creciendo, no es algo, ni es alma que perteneciera a la república, como se dijera en la Asamblea Nacional francesa, a finales del siglo XVIII.

La dimensión ética de la educación presume, por tanto, la libertad de enseñanza, con todas sus consecuencias. En la sociedad contemporánea se ha producido un fenómeno de secularización que ha supuesto, a su vez, un deterioro de reservas morales. Eso es indudable. ¿En dónde y cómo recuperar, o recomponer, esas vigencias, que al debilitarse, es decir, al pulverizarse las defensas morales en la sociedad -como las defensas biológicas y sanitarias en el ser humano ante la enfermedad-, están facilitando la autodestrucción de tejidos sociales -la drogadicción, el terrorismo, el hambre, la delincuencia, el pasotismo, la despersonalización, la corrupción, la eutanasia, el aborto, etc.-, y por tanto desvitalizar a la propia sociedad?

*Académico