Si bien el encaje de bolillos es una técnica textil que trata de encajar con destreza y, más o menos artísticamente, algunos hilos que están enrollados en diferentes bobinas, cuando nos referimos de forma coloquial al hecho de tener que llevar a cabo una tarea más bien delicada y/o difícil y enrevesada, para alcanzar determinados objetivos, utilizamos aquello de "hacer encaje de bolillos".

Y esta expresión es la más apropiada para enlazar el discurso que se viene escuchando desde hace algún tiempo en las soflamas de determinados políticos de izquierdas y nacionalistas, que en estos y en otros devaneos secesionistas van incomprensiblemente muy de la mano para referirse a la necesidad de cambiar la Constitución del 78. La celebran, todos la celebramos, pero algunos la quieren y la alaban tanto, indicando que ha sido muy útil durante estos casi últimos cuarenta años, que exponen abiertamente que es necesario modificarla para que siga siendo vigente.

Parafraseando al expresidente Adolfo Suarez, habría que decirles a estos odiadores profesionales de la idea de España aquello de: respetadme más y queredme menos. Entre otros motivos porque se da la circunstancia de que aquellos que la desean modificar no son capaces de señalar abiertamente cuáles son sus verdaderas intenciones, que no pasan precisamente por beneficiar al conjunto de los españoles, sino más bien por imponer una idea sectaria y fragmentada del modelo de Estado para acomodar/encajar a determinados territorios.

Es más, nadie discute que existen determinados artículos que son necesarios modificar, como el 57.1, que trata de la sucesión de la corona para adecuarlo a la realidad actual, eliminando la preferencia del varón sobre la mujer; otros hablan de la reforma de la ley electoral o suprimir los aforamientos; hay quienes quieren suprimir el Senado o al menos redefinir sus funciones; así como otros pretenden la redelimitación de las relaciones entre el Estado y las CCAA. Pero nadie habla de la necesidad de aplicar la actual Constitución sin sobresaltos, miedos o complejos; así como desarrollar algunos de sus artículos, tal como el famoso 155 o el 28 sobre el derecho sindical a la huelga.

Pero por lo visto lo que realmente se pretende es, sin consenso ni mayorías, cambiar el modelo territorial del Estado; incluso, algunos -principalmente la izquierda de este país- pretenden llegar más lejos modificado la forma política del Estado, que es la monarquía, a ver si alguna vez logran restablecer su república, aquella misma que tantas desgracias nos ha ocasionado a los españoles en tiempos pasados. Pero lo que realmente les pone es aquello de la plurinacionalidad e imponernos la idea de que somos, siempre hemos sido (?), una nación de naciones, con la intención de premiar a los territorios sobre las personas, privándonos a los españoles de ser los depositarios de la soberanía para, en lo posible, encajar, agradar, calmar, satisfacer, convencer, apaciguar a los que nacieron y se criaron ideológicamente en el permanente victimismo cuasi religioso y en el infinitamente descontento del nacionalismo más aldeano.

En definitiva, algunos de los que quieren cambiar la actual Constitución lo que en realidad pretenden es dejar constancia para la posteridad de que la deslealtad institucional y constitucional es premiable, negociable, recompensable?, en vez de defender que la nación española se construye desde el respeto, la democracia, la tolerancia, la igualdad y, sobre todo, desde la libertad más absoluta. En definitiva, hacer entre todos más España pero sin perder ni olvidar las costumbres, la historia, en suma, la idiosincrasia de cada persona, pueblo o comunidad.

macost33@gmail.com