Una bandera solo es un trapo de colores, pero representa sentimientos. Hay gente que expresa sus ideas a la sombra de una bandera, que es menos fresca y dulce que la de un almendro. Y expresar las ideas, que yo sepa, es un derecho inalienable del ser humano que no puede ser recortado ni arrebatado por las leyes.

En España no existe ningún precedente de una medida tomada en caliente que sea afortunada. Normalmente suelen ser una metedura de pata. La polémica sobre la prohibición de llevar banderas a los estadios de fútbol es una de ellas. Porque la medida, adoptada por las autoridades deportivas, parece encaminada en particular a prohibir exclusivamente que los catalanes usen las esteladas. Es un hecho objetivo que el problema no son los símbolos, sino los sentimientos. Y si hay alguna clase de idiota que piensa que prohibiendo los símbolos desaparecerán los sentimientos, es que lamentablemente no tienen ni puñetera idea de cómo funcionan los seres humanos.

En este país existe una tentación totalitaria que poco a poco va ganando cuotas de influencia. Poco a poco los legisladores han ido tipificando en el código penal algunos delitos de opinión. Es decir, que en España expresar determinadas ideas o críticas te puede llevar directamente al banquillo. Lo hemos admitido como algo normal, cuando no lo es. Pero esta sociedad pretende poner cortafuegos a la violencia confundiendo la expresión intelectual de opiniones controvertidas -por asquerosas que sea- con la ejecución material de actos delictivos. Los que criticaban el concepto de "guerra preventiva" de Bush no han hecho otra cosa que aplicar esta doctrina en asuntos como, por ejemplo, el terrorismo yihadista, donde la sola publicación de mensajes de apoyo a esos zumbados se puede considerar como colaboración o enaltecimiento del terrorismo y puede dar precipitadamente con los huesos de una persona en el talego.

Lo de la bandera de las siete estrellas verdes es una derivación menor pero preocupante de este problema. No es una bandera constitucional, es decir, legal. Pero tampoco lo es la del arco iris de los movimientos gay. O la republicana por la que mucha gente sigue sintiendo afinidad emocional. Cualquiera de ellas tiene sus propios seguidores y simpatizantes. Gente que se identifica con los valores que transmite. En el caso de la canaria, es la bandera alternativa de quienes de alguna manera piensan en un nacionalismo sentimental. No tienen carácter institucional, pero son tan legales como llevar en la camiseta una bandera confederada de los Estados Unidos o la calavera pirata.

Esa bandera canaria "alternativa" es carne de verbenas y de fiestas. No va más allá. Y no existe sociológicamente ningún peligro de que su existencia provoque el crecimiento de un sentimiento de desafección de España. Para un territorio subvencionado con miles de millones de euros cada año, la idea de la independencia es una estupidez colosal. Y no es previsible que si ese sentimiento empieza a aflorar alguna vez tenga su génesis en una tela pintada.

Prohibir la bandera de las siete estrellas verdes y proscribir su presencia en actos públicos sólo servirá para fomentarla. Le están haciendo una campaña de publicidad gratuita. Los canarios no van a ser más nacionalistas por un trapo, sino porque estas islas sigan abandonadas de la mano de dios, con un Gobierno central incapaz de comprender que más abajo de Cádiz hay un territorio europeo formado por varias islas que habitan en la cercanía de África.

Solo la pobreza extrema y la desesperación producen el suficiente rencor y como para que la gente sienta la tentación de mandarlo todo a freír puñetas. Solo el abandono conduce al rencor, a la desafección y al crecimiento de los reproches. La independencia es un lujo que sólo se pueden permitir los muy ricos, que quieren ganar más, o los muy pobres, que ya no tienen nada que perder.

Pero todo eso, para algunos, debe ser difícil de entender. Porque si existe un nacionalismo más nocivo y tóxico que lo que Ortega llamaba los "particularismos locales", ese es el nacionalismo español.