Toda sociedad, y en todos los tiempos, ha tenido una reserva de valores morales, en el sentido amplio de la palabra, servidos a lo largo de la Historia por un proceso y una búsqueda de la libertad, enraizada en la dignidad del hombre, y con diversas manifestaciones. También es verdad que, a lo largo de esa misma Historia, se han venido produciendo erosiones graves a los presupuestos o a los objetivos ético-morales, tanto personales, que son los fundamentales, como los colectivos. Igualmente, tal degradación ha ido obedeciendo a muy diversas causas y motivos.

Habrá constituido hacer reflexión, y en su caso dar respuesta, a ambos aspectos, en los grandes temas -ética y consciencia técnica, cultura, economía y política-. Nosotros nos vamos a detener en ese lado más concreto, y aparentemente más sencillo, cual es el rol de la ética en una tarea educadora, en la sociedad de nuestro tiempo.

Educar supone entrega y dación de quien algo sabe, al que lo recibe y lo ignora. En ese acto de autoridad y obediencia -nos referimos en la materia a dar a conocer y a aprehender-, respectivamente, ya existe o debe existir un pronunciamiento ético, en el sentido de que, en lo que se enseña, se da ya un convencimiento ético-moral, sobre su validez, su verdad, su posibilidad, su historicidad. Es como un compromiso mínimo del educador. Todo sistema, como el marxista, que utilizase la no verdad, o la mentira, como instrumento pedagógico (ver nuestro trabajo "Teoría y praxis marxista sobre la escuela", Revista de Ciencias de la Educación, 1982), está llamado, tarde o temprano, a verse desbordado, o por otros sistemas pedagógicos, o por la fuerza de los hechos. (El derrumbe de los "muros" también ha obedecido a esta causa).

Lo anterior supone, para no hacer de la ética de la educación, una utopía, que al menos, en los niveles primarios, la opción educadora de los padres, tal como establece el art. 26 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, cobre virtualidad. Los padres dan a los hijos al mundo, son los primeros educadores, y en sí, ellos mismos, son depositarios de una verdad, o de una actitud ético-personal o social. Esa sincronización de educadores y padres es exigida, pues, no tanto por estructuras u órganos, que son necesarios desde luego, administrativos o burocráticos, como por la tarea de educar, que es prolongación de la familia en la escuela, o al alargamiento de la escuela en la familia. Si pensamos que la familia es, o debiera ser, un reducto de valores morales, un semillero creador de actitudes ética, estaremos en condiciones de apreciar el mutuo efecto positivo y creador

*Premio Nacional de Literatura