Una gráfica de barras para evidenciar la insoportable levedad de las buenas intenciones. Una estadística para teñir de rojo la maldad de los criminales. Son solo datos, números que registran que predicar el bien es una aspiración abstracta cuya efectividad se mide en los fracasos que cosechamos como especie. Patriarcado, matriarcado, feminismo, lucha de sexos? Se convierten en eufemismos carentes de práctica. Las mujeres siguen muriendo a manos de sus parejas, principalmente hombres, encarnando el terrorismo machista como fuente de inspiración para un Estado que debe encarar de frente un problema que no se soluciona solo con 1.000 millones de euros en cinco años para luchar contra este dramático fenómeno social; la batalla requiere transversalidad y alianza entre los diferentes ministerios para no seguir rellenando estadísticas que sitúan a España y Canarias como líderes en violencia machista. En lo que va de año, los datos no dan tregua: 44 casos de mujeres asesinadas a manos de sus parejas o exparejas entre enero y el 10 de noviembre de 2017, según la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género. Madrid es la provincia española que más casos ha sufrido en 2017; le sigue la segunda por población, Barcelona, con cinco asesinatos; con tres aparecen Murcia, Almería, Santa Cruz de Tenerife, Toledo y Valencia. En 2016, siguiendo el mismo marco temporal, 44 asesinatos, mientras que en 2015 sumaban 60. Guarismos que reflejan la ineficacia del sistema para atajar un drama que parte de la educación, aunque los asesinos, asesinos son. Políticamente no vende, ni tampoco aporta rédito aquellos proyectos que abogan por la igualdad, desde los más pequeños hasta los mayores; desde los barrios hasta las ciudades; desde los ministros hasta los camareros. No solo deben saltar al terrero las administraciones públicas para establecer un patrón común para todos los países, también el sector privado. ¿Dónde está Europa? Es en este punto, donde la directora del Instituto Europeo de Igualdad de Género, Virginija Langbakk, hacía esta reflexión en una entrevista en el periódico El País: "Las instituciones no pueden ignorar el problema, hay que actuar. Debe haber un compromiso político, un plan que involucre a cada organismo que lidia con la violencia hacia la mujer: policía, justicia, seguridad social, sanidad...; y también al sector privado, como las empresas, para que conozcan el problema y puedan abordarlo. Además, es vital que se unifiquen las definiciones sobre los distintos tipos de violencia para que todos los Estados miembros lo entiendan de la misma manera. Ahora hay países en los que algunos actos violentos, como por ejemplo tocamientos o ciertos abusos sexuales, no son considerados un delito específico mientras que en otros países sí". Vencidos los tiempos en blanco y negro donde Clara Campoamor emocionaba en su discurso ante las Cortes el 1 de octubre de 1931, miles de mujeres de nuestra época siguen mirando sin tanta lejanía el mérito de muchas de sus compañeras que dieron la vida a cambio de un puñado de libertad. Lo vemos a diario, el techo de cristal sigue estando vigente, no como un concepto abstracto, sino tangible y perfectamente integrado en nuestra sociedad en el ámbito público, político, económico y académico. Entre todos, podemos acabar con esta lacra, solo falta creer que sí se puede.

@LuisfeblesC