España está dividida por un abismo emocional. Y en esas aguas revueltas pescan los partidos políticos para sacar la mayor tajada posible. El nacionalismo español se ha asomado a las ventanas y el PP se frota las manos observando los follones que tiene a su izquierda con esto de la independencia.

Cuando España enterró a Franco, los demócratas surgieron como champiñones desde todos los rincones del país. Lo que quedaba del régimen quería una España fuerte y centralista, pero lo que se hizo fue un Estado autonómico, para darles un poco por culo a todos. La descentralización administrativa hizo florecer a los ayuntamientos y la economía empezó a funcionar a toda máquina. El dinero de Europa llegaba a espuertas y el país se enriqueció al mismo tiempo que muchos políticos.

Pero nada dura eternamente. Algunas comunidades ricas están cansadas de poner más y más dinero de sus impuestos para subvencionar a las pobres. Así que quieren ser una república independiente, con su lengua, su himno y, sobre todo, su pasta. Es lo que quieren, por ejemplo, los independentistas catalanes. Y es lo que apoya la izquierda "verdadera" de este país, que es la de Podemos.

En el PP, que son muy religiosos, están pensando en pedir la canonización de san Carles Puigdemont. Lo quieren llevar a los altares. Porque en el peor momento de la historia del partido los soberanistas catalanes han conseguido el milagro: han montado tal follón político que han desviado la atención mediática de los escándalos judiciales en los que estaba metido el PP. Y de propina han liado un follón en la izquierda que están a punto de sacarse los hígados unos a otros.

Pedro Sánchez estuvo titubeando, de aquí para allá, con el tema catalán. Hasta que alguien le dio un par de cachetadas y le dijo que se despertase y se pusiera del lado de la Constitución y del Gobierno de España. Y el hombre, obediente, se puso el traje de Emilio Tucci y salió en la foto al lado de Rajoy. Pero tiene a Iceta en Cataluña, que cuando no está sudado y bailando -puajjjjjj- está diciendo tonterías una detrás de otra. Y eso está por arreglar todavía.

Por su parte, Pablo Iglesias ha formado un lamentable dúo con Nicolás Maduro, ese tipo en chándal que preside Venezuela, para denunciar que en España hay "presos políticos". Que no es lo mismo que políticos presos. No es extraño que Podemos se esté pegando un batacazo en las encuestas de intención de voto. Los líderes independentistas que desobedecieron las leyes y desacataron la Constitución están siendo procesados por una Justicia que va a su puñetera bola. La misma que ha enjuiciado la caja B de los populares. La misma que entalegó a los etarras. La que reparte aciertos y desaciertos impíos sin que les tiemblen las puñetas a sus señorías.

El mismo Iglesias que condenó a Rajoy por utilizar el artículo 155 de la Constitución para intervenir Cataluña ha utilizado un "155 orgánico" para revocar la autonomía de Podems, su marca catalana, darle una patada en el culo a su líder, Dante Fachín, y gobernar directamente desde Madrid. Ya se ve que en todas partes cuecen habas. Y es que Iglesias quiere separarse ahora de los soberanistas -porque los muertos hieden- y quiere ir a las elecciones de la mano ganadora de Ada Colau. Hay que salvar los restos del naufragio.

Con este panorama, la convocatoria de elecciones anticipadas empieza a convertirse en una expectativa muy plausible (o sea, que huele a urnas que tira para atrás). El PP sabe que su cerrada defensa de la unidad de España le dará unos apoyos que sólo tiene que repartir con Ciudadanos. Y las elecciones de diciembre en Cataluña, polarizadas por las decisiones de los jueces, el martirio de los independentistas encarcelados y los numeritos de los exilados en Bruselas, pueden acabar con un Parlament con mayoría nuevamente soberanista. Todo esto ya justificaría unas elecciones generales para conseguir un nuevo gobierno reforzado. Aunque con Rajoy nunca se sabe, porque el críptico presidente jamás dice esta boca es mía.

Pero hay más. España necesita cuentas nuevas para el año que viene. No vale con prorrogar los presupuestos. ¿Por qué? Pues porque la juerga de Cataluña nos puede costar una caída del PIB que puede llegar a los 27.000 millones y porque el Gobierno, para cumplir con la Unión Europea, tiene que bajar este año unos 37.000 millones en el gasto público y 25.000 más el año que viene. O sea, que entre este año y el próximo el ajuste de los gastos e inversiones del Estado es de muchísimos miles de millones de euros. Para lograr esos objetivos es necesario aprobar unos nuevos presupuestos. Por una cosa o por la otra, por la política o por la pasta gansa, las elecciones generales ya están ahí, a la vuelta de la esquina.