Para alguien que está atento al testimonio oral de las leyendas, que son recreaciones del alma del que las narra, a otros deseosos de conocerlas, y que ha quedado felizmente satisfecho con el tránsito objetivo y subjetivo de los poemas de Fernando Garciarramos, resulta todo un hallazgo enriquecedor.

Al igual que el poeta, que escuchó muy de niño con los sentidos abiertos a la imaginación las narraciones de un anciano que luego sería su padre político, somos también los que de forma voluntaria nos adentramos en las inspiradas notas de un piano y una voz femenina, cargada de sensibilidad y dulzura, que refleja con magisterio propio y en lenguaje musical todo el bagaje poético de un amante acérrimo de la península de Anaga o Naga.

Fernando Garciarramos y Blanca Quevedo, unidos por el arte pese a la diferencia de edad, establecieron la pasada semana en el Paraninfo ante un público entusiasta un maravilloso diálogo musical y poético, en el que las timbradas notas ejercieron de contrapunto al conjuro de la grave voz del poeta, junto a los arpegios instrumentales y vocales de la pianista y compositora. Todo dentro de un escenario austero y brillante a la vez, pincelado con las instantáneas paisajísticas de los lugares escogidos de ese paraíso donde la fauna, la flora y los barrancos se precipitan en brazos de una mar eternamente enamorada de la isla de sus sueños.

Por mi amistad personal con el poeta, he llegado a la conclusión de que su memorización de los topónimos de Naga no son fruto de la casualidad, sino que desvelan las huellas dejadas por él en su tránsito por los senderos y vericuetos a lo largo de su fecunda vida. Una vida inmersa en el seno de una familia de artistas, donde las dos Armindas, esposa e hija, comparten el arte con el celo y el amor por la tierra de sus orígenes.

Así, pues, de la mano de Fernando he contemplado bien oculto tras el mural de laurisilva las lúbricas danzas en pleno aquelarre de las brujas de Naga, girando alrededor de un macho cabrío; mientras que otras barrían las estelas dejadas por las cenizas de las hogueras con sus mágicas escobas. Las mismas que las habían transportado al lugar de sus excesos.

Pero no acaba aquí la visión central de la orgía, "Cosas de burlas y cuernos, cuentos que asombran y asustan", sino que está adocenada con el aroma y el trinar inconfundible del cielo vegetal, el rumor de las aguas en los manantiales y barrancos y el permanente acompañamiento sonoro de los tritones en manadas, que relinchan al ser empujados por las olas contra la costa, que acoge con entusiasmo el regalo del líquido desprendido de las cumbres por el llanto agridulce de la naturaleza.

Una vez más, haciendo gala de su incansable creatividad, este polífacético escultor, poeta y escritor nos ha enriquecido con su inspiración todos los conocimientos que teníamos sobre el paraíso de Anaga o Naga; territorio idóneo para la práctica de la magia en consonancia con la naturaleza, desapercibida muchas veces en nuestro tránsito fugaz por sus carreteras.

La pasada semana volví a poner todos mis sentidos en el simbólico lugar, con los versos certeros de un poeta y una consagrada pianista, intérprete y compositora. Un binomio artístico perfecto para ensalzar los valores, para muchos aún desconocidos, de nuestra tierra.

Espero y deseo que mi admirado amigo continué su periplo creativo por la tierra de sus orígenes, porque me consta que ya tiene otro poemario concluido a punto de ver la luz; pues si hay algo de lo que se le puede acusar es de su incansable creatividad, lamentablemente obviada por los órganos culturales de la isla, donde sus simbólicas esculturas por ella sembradas y sus muchos poemas rotulados por los senderos de Anaga son calladas reivindicaciones de un ejemplo de dejación -que penalizo con mi variscazo- para homenajear a un gran artista con todos los merecimientos. Algo que modestamente he intentado glosar como homenaje de sentida admiración. Mi más ferviente enhorabuena a Fernando Garciarramos y Blanca Quevedo.

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