El Gobierno canario quiere hacer un estudio sobre la capacidad turística de las Islas Canarias. Algunos expertos nos terminarán diciendo si en Canarias caben dieciséis millones trescientos veinte mil turistas o dieciséis millones trescientos veinte mil uno. ¿Se nota un poco que me parece mal? El presidente Clavijo lo justifica con un razonamiento bastante bueno: ¿cómo no nos vamos a ocupar del negocio que genera más empleo y más riqueza en Canarias?

Bueno. La respuesta es que se ha convertido precisamente en eso -el sector más potente de la economía de las Islas- sin necesidad de que ningún gobierno metiera sus manos en él. Y que son los sectores que más apoyo y más intervención han tenido, el agrícola y el industrial, los que han ido francamente mal durante muchos años, aunque ahora parece que están levantando cabeza muy lentamente.

Cada vez que los gobernantes deciden intervenir intensamente en los mercados terminan causando traumas. La moratoria en Canarias fue celebrada como una medida para salvar el medioambiente de las Islas del impacto del sector turístico. Pero el turismo sólo ocupa de un 3 a un 4% del suelo de las Islas, a pesar de que nos da el 40% del empleo. El verdadero daño al medioambiente lo hacemos quienes tenemos poblaciones -no turísticas- que vierten aguas fecales al mar o al subsuelo o polígonos industriales que hacen lo mismo con sustancias contaminantes.

Dos millones de personas distribuidas en 7.500 kilómetros cuadrados, pero con la mitad del suelo protegido, con lo que nuestra densidad de población es de 289 habitantes por kilómetro cuadrado, muy superior a la media continental española (92 habitantes por kilómetro cuadrado). Los núcleos turísticos han ocupado las costas, pero la edificación incontrolada de los nativos ha destrozado las medianías creciendo sin orden ni control. Y nadie, que se sepa, ha planteado un estudio de la carga de población que puede soportar Canarias a pesar de que tenemos un cuarto de millón de parados y parece que nuestra economía, que está funcionando a pleno rendimiento, es incapaz de absorber la mano de obra disponible.

La famosa moratoria no frenó el crecimiento del turismo en las Islas. Sirvió para que el suelo disponible, calificado para turismo, acabara en unas pocas manos, porque los pequeños y medianos propietarios no pudieron aguantar las cargas bancarias sobre sus suelos congelados y hubieron de venderlos. Los de siempre acabaron comprando el suelo a precio de saldo y en Canarias apostamos otra vez por el latifundismo económico.

¿Es bueno que estudiemos la carga turística que pueden soportar las Islas? Tal vez. Y tal vez de paso la carga de población residente. Pero va a ser difícil ponerles puertas a los dos campos. La situación excepcional que vive Canarias no durará eternamente. El precio del petróleo subirá y el fantasma del terrorismo y la guerra desaparecerá de los países del Mediterráneo (Egipto, Túnez...), que volverán a florecer. Surgirán nuevos destinos (Marruecos) y en Canarias nos quedaremos mirando con añoranza los estudios que hacíamos cuando los turistas nos salían por las orejas.

Nuestros gobernantes quieren menos turistas y que gasten más. Claro que uno también puede querer medir uno noventa y tener los ojos azules. Hemos creado un turismo de calidad con hoteles de cinco estrellas y de golf. Y hemos abierto el frente del turismo rural y de naturaleza. Pero básicamente somos un destino relativamente barato y cercano -aunque lo suficientemente exótico- para millones de europeos de clase media. Reinventarse para aspirar a otra cosa (un "restyling" de modelo) es extremadamente complicado. Y tiene el peligro añadido de que a mitad del cambio te coja el fin de esta burbuja que estamos viviendo coyunturalmente.

El Gobierno hará su estudio para saber cuántos turistas caben en las Islas. Y después tendrá la tentación de colocar un letrero de "reservado el derecho de admisión". Tienen miedo a que muramos de éxito, pese a que la experiencia demuestra que el éxito es efímero y que siempre viene un ciclo de crisis después de uno de expansión.

Pero el problema de la carga de población no está sólo en quienes nos visitan, sino en quienes vivimos aquí. Uno y otro asunto no se pueden considerar por separado. Veremos si el letrero de "Aforo limitado" se aplica también en medidas que limiten la residencia. Para algunos las cañas se volverán lanzas, aunque el problema del impacto sobre el medioambiente sea igual en ambos casos. Al suelo le da igual que lo devore un especulador hotelero o un prójimo del país con un cuarto de aperos. Y el medioambiente, que se sepa, no sabe distinguir la nacionalidad de los excrementos que vertemos en nuestras costas.