Confía en ti, y sabrás cómo vivir.

Johann Wolfgang von Goethe

Vivimos en un mundo en el que la confianza parece ser un valor en decadencia. Quizás tras años de política-ficción, de realitis, de información manipulada y de posverdad, sería adecuado decir que confiar se ha convertido en un auténtico deporte de riesgo.

Según la Real Academia de la Lengua Española, la confianza es tanto la esperanza firme que se tiene de alguien o algo como la seguridad que alguien tiene en sí mismo. Recoge este diccionario que, cuando hablamos de "alguien de confianza", nos referimos a alguien con quien mantenemos un trato cercano, íntimo y que es merecedor de la misma.

Pero esto no deja de ser una fotografía de un concepto que está sujeto a un desarrollo psicológico y emocional. Que se construye desde la infancia y que se va consolidando a medida que maduramos. Al menos esta es la teoría.

Porque cuando hablamos de confianza, es probablemente uno de los constructos más maleables y modificables que podamos imaginar.

Imaginemos esta situación. Un niño pequeño está al borde de una piscina. Su madre lo anima a que salte al agua, asegurándole que ella lo cogerá para evitar que se sumerja. Efectivamente es lo que hace, tras varias veces que su hijo amaga con saltar. Le sujeta y evita que se hunda en la piscina. Esto genera confianza en el niño, que aprende a fiarse de sus padres y de su apoyo en las situaciones más o menos complicadas.

Pero ¿qué ocurriría si la madre, tras asegurar que lo va a ayudar, da un paso atrás y deja que se hunda? Quizás con la intención -equivocada- de que aprenda a gestionar situaciones difíciles. Pero transmitiéndole, de hecho, el claro mensaje de que mamá no es de fiar.

Es un momento de la vida con muchas interpretaciones diferentes. Pero los resultados, para este niño pueden ser totalmente diferentes. En la primera situación estamos educando en la confianza. En la segunda, en la desconfianza.

Podemos argumentar que así es la vida. Que las personas no son siempre de fiar, que mejor anticipar que no nos van a apoyar..., consiguiendo así que vivamos en una eterna duda, inmovilidad o paranoia.

Está demostrado que para enseñar confianza debemos dar confianza. Que es algo que se educa y se aprende con el ejemplo. Y que construye la autoestima y la autoconfianza del niño y eventual adulto. Por esto, para nuestra mente como niños, la experiencia repetida de confiabilidad hacia nuestros nuestros padres y la imprescindible derivación hacia su confianza en nosotros es imprescindible para un bienestar emocional consistente.

Según Erik Erikson, eminente psicólogo evolutivo, el desarrollo de la confianza en los padres es un ladrillo básico en la construcción de la autoestima e identidad del niño y futuro adulto. Con ella llega un sentido de seguridad y esperanza por el futuro. Sin ella el niño o la niña desarrollarán duda, sospechas y desesperanza.

Parece estar claro que la confianza en uno mismo se construye desde pequeño y que su consistencia descansa mucho en el modelo educativo que tengamos en familia.

Pero ¿qué ocurre con la confianza en los demás? Indudablemente, este es otro cantar. Es algo que se gana con dificultad a medida que tenemos la medida propia de lo que consideramos como fiable. Y que, una vez traicionada, resulta muy complicada de restaurar.

Por esto la recomendación va, en este caso, a quien la solicita. Como la metáfora, podremos estirar el papel arrugado, pero nunca estará tan liso como al principio.

@LeocadioMartin