A raíz de los tristes y luctuosos acontecimientos terroristas sucedidos en diversos puntos de Cataluña, donde han sido asesinadas quince personas y dejado decenas de heridos de distintas nacionalidades, incluidos españoles, por el mero hecho de ser "infieles", a mano de una serie de fanáticos fundamentalistas salafistas, es menester hacer algunas reflexiones:

El salafismo es un movimiento islámico (político-religioso) considerado extremista en sus acciones reivindicativas de intentar extender la ideología del wahabismo saudí y catarí como base para volver a los orígenes del Islam. Son mayoritariamente sunitas, lo que quiere decir que forman parte del grupo mayoritario de la comunidad islámica mundial.

El enfrentamiento que estamos presenciando y padeciendo hoy en día a nivel global, pero sobre todo en los países denominados occidentales, no es, según la mayoría de expertos, un enfrentamiento entre religiones o entre civilizaciones; más bien se trata de un enfrentamiento entre dos polos opuestos; entre dos eras; entre una mentalidad que pertenece a la Edad Media y otra que pertenece al siglo XXI; es una pugna entre la civilización y el retraso; entre lo civilizado y lo primitivo; entre la incultura y lo racional; entre la libertad y el feudalismo; entre democracia y absolutismo; un enfrentamiento entre quienes tratan a las mujeres como seres inferiores y aquellos que las tratan como lo que son: seres humanos; es, en definitiva, una cruzada entre la defensa de los derechos humanos y la violación sistemática de ellos.

No existe, pues, un enfrentamiento entre civilizaciones, sino más bien un conflicto entre una cultura occidental progresista, tolerante, democrática humanista, y otra retrógrada y reaccionaria que sigue anclada en el pasado más remoto. Los musulmanes fueron los primeros que comenzaron a utilizar la expresión de enfrentamiento entre civilizaciones; ya lo dijo el profeta del Islam: "Se me ha ordenado combatir a la gente hasta que crean en Alá, y su Mensajero". Ellos fueron los que dividieron a las personas entre creyentes y no creyentes y mandaron a luchar contra los que no eran musulmanes. Por consiguiente, ellos fueron los que iniciaron esta guerra. Y para detener esta guerra o yihad, ellos son los que tienen que comenzar a respetar a los que no creen o no piensan como ellos; revisando sus propias doctrinas y sus libros sagrados, que, escritos hace siglos, no se pueden hoy seguir al pie de la letra porque, como otros tantos libros sagrados, llevar a la práctica literalmente lo que ordenan, sugieren o aconsejan sería del todo irracional y descabellado.

Por otra parte, existe la negativa, bajo pena de expulsión, cárcel o incluso de muerte, según los casos, de que quienes viven o residen temporalmente en la mayoría de los países musulmanes -y no digamos ya en Irán o en Arabia Saudí- puedan ejercer libremente una determinada religión que sea diferente a la oficial, y mucho menos abrir o construir templos, mezquitas o iglesias; el foráneo tiene la obligación moral, religiosa e incluso muchas veces penal de tener que adaptarse a las costumbres del país que lo acoge. Eso constituye una falta absoluta de reciprocidad, por cuanto en los países occidentales ellos, en este caso los musulmanes, pueden desarrollar, libre y plenamente, sus costumbres, su cultura y su religión, sin que nada ni nadie se lo impida.

Dicho esto, en Occidente en general y en España en particular debería estar prohibida la construcción de mezquitas salafistas, o de todas aquellas que propaguen y difundan la violencia contra quienes no cumplan extrema y rigurosamente con las escrituras. Precisamente es en Cataluña donde más mezquitas salafistas existen, casualmente financiadas por países musulmanes como Arabia Saudí. Y esta actividad, la que se desarrolla en dichas mezquitas, va en contra de nuestros valores, de nuestros principios, de nuestra libertad, y, como vemos últimamente por desgracia, en contra incluso de nuestras propias vidas. ¿Es, por tanto, razón suficiente como para preocuparse y tener miedo? ¿O no?

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