Aunque pueda parecer un término manido en estos días, no cabe ninguna duda de que la mejor fórmula para hacer frente a la barbarie del terrorismo es la unidad, el trabajo conjunto. Si en otras ocasiones se ha hecho un llamamiento a sumar esfuerzos, con el fin de superar dificultades u obstáculos, apelar a tal receta está más justificado aún en esta materia. No importa la distancia ni tampoco las diferencias ideológicas, es hora de ir todos juntos, de la mano y con altura de miras. Solo así, sin fisuras, se podrá acabar con esta lacra que ha tratado de coartar la libertad de una ciudad como Barcelona o un municipio como Cambrils. No caben excusas. Sin miedo, tal y como gritaron el viernes miles de personas en la plaza de Cataluña. Los que pretenden cercenar los derechos a través de la violencia deben ser conscientes de que no van a encontrar ni la más mínima rendija por la que colarse. España, además, tiene suficiente experiencia de que es el mejor camino para terminar con este tipo de atrocidades. Ahora mismo todos hemos de sentirnos vecinos de Barcelona y Cambrils. Y no se trata de un mero "postureo". Como bien recordaba el presidente de la Generalidad Valenciana, Ximo Puig, con motivo del minuto de silencio convocado el viernes por las víctimas de esta masacre, no se trata del ataque a una ciudad, a una comunidad o a un país, sino de una agresión a todos.

Hay que agradecer que, en líneas generales, la clase política española ha estado a la altura de las circunstancias y ha aparcado sus diferencias. Bastante notables en determinados casos. No podía ser menos después de observar el comportamiento de muchas personas que han colaborado desinteresadamente con aquellos que más lo necesitaban. Hay numerosos ejemplos de taxistas que trasladaron de forma gratuita a turistas que se quedaron descolocados tras el atentado o vecinos que acogieron en sus viviendas a los que no podían acceder a su alojamiento. Son esos pequeños "héroes" anónimos los que marcan la medida a la que deben aspirar los responsables públicos a la hora de actuar o enfrentarse a situaciones como las vividas estos días en Cataluña. Por un lado, la generosidad y, por otro, el anonimato. Es muy fácil caer en la tentación de intentar pescar en río revuelto y a base de demagogia sacar rédito de esta situación.

No obstante, tampoco conviene dejarse llevar por el conformismo. Es momento también de reflexionar y ver por qué ha podido ocurrir un atentado de este calibre y si ha fallado algo. No con ánimo de buscar culpables, sino de corregir errores, para, en la medida de lo posible, tratar de evitar que vuelva a suceder. Son muchas las conjeturas que se escuchan estos días. Incluso sospechas de lo que pudo haber pasado o los terroristas pretendían hacer y que, al final, se quedó en mera intención. Algún sindicato policial ha hablado de falta de medios y coordinación. Pues bien, con serenidad y la cabeza fría, sin prisa, pero sin pausa, que los expertos en la materia analicen los hechos y que después se tomen medidas destinadas a mejorar la seguridad de todos.