Pedro Miguel Ayala Pérez-Guadarrama nació en Valverde en 1837 y murió en 1913 y tuvo nueve hijos (entre ellos mi abuelo Sebastián Ayala Blanich). Fue alcalde de Valverde en diferentes épocas, pero pretendo rememorar la del periodo 1867-68, en el que se venían arrastrando ciertos conflictos relativos a los pastos comunales, donde, al fin, hubo acuerdo, lo que hizo que esta cuestión se zanjase de una vez.

Pero el hecho significativo que motivó su enfado se refiere a que los vecinos del valle de El Golfo, al no tener cementerio donde enterrar a sus muertos, tenían que trasladarlos a Valverde por caminos escabrosos y de difícil acceso, como el risco de Tibataje, hasta que se construyera el cementerio en dicho valle. Pero como el citado cementerio no concluía, y menos aún el nuevo de Valverde, que se pretendía trasladarlo desde Santiago a San Juan (donde está actualmente), esto dio origen a graves enfrentamientos políticos de envergadura.

Y es que la familia Fernández Paiva, que gozaba de gran influencia en la isla y que pensaba que su poder era ilimitado, se oponía tajantemente a que los cadáveres que se traían desde El Golfo fueran inhumados en el cementerio de Valverde y se continuaran enterrando en unas casas cueva que para ese fin se habían instaurado desde el siglo XVIII para que no existiese contaminación y propagación de enfermedades, como se pensaba en esos momentos que esto pudiera ocurrir.

En el mes de julio del mencionado año de 1868, ante los acompañantes de un difunto, los dueños de la casa cueva se plantaron murando y cerrando la puerta del patio que daba acceso para depositar el cadáver, lo cual dificultó el enterramiento, por lo que se decidió por parte del alcalde (y con enfrentamiento) a la mencionada familia que se enterraran en el cementerio de Santiago y se continuaran más tarde en el de San Juan hasta que se terminase el de Frontera, cuyo expediente para su construcción ya se había iniciado.

Durante su mandato también se reordenó la distribución de aquellos terrenos que estaban baldíos y de otros muchos que fueron usurpados por los que mandaban en la isla, racionalizando la propiedad y concluyendo, de esta manera, con ciertas imposiciones históricas que dificultaban y comprometían la convivencia de los herreños.

Refiero estos registros históricos porque nos ponen en pista y señalan cómo desde épocas pretéritas el poder siempre ha sido dominante en una isla alejada del resto del Archipiélago, donde las luchas políticas eran una constante; pero a la vez, la isla plena de una culturización exquisita y preocupada por reafirmarse desde cualquier tribuna política, que la mayoría de las veces tomaba presencia en los mentideros que El Hierro tenía desperdigados por su geografía.